28. Un poco de su propia medicina

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   Decir que Raph y yo pasamos toda la noche investigando sobre el supuesto abogado dispuesto a ayudarnos, no era una exageración.

   El reloj marcaba las tres y cincuenta de la madrugada para cuando nos hicimos conscientes de la hora. Sobre nuestra cama, sentados con las piernas enlazadas y el portátil de mi novio frente a nosotros, con ventanas y ventanas abiertas en su buscador de confianza, nos actualizamos sobre todo lo referente al tan famoso Hudson Harris con la poca información que fuimos capaces de encontrar. Al parecer, era un sujeto importante cuya profesión solía ser demandada por muchos individuos en problemas. En realidad, que nos ayudara, empeoraría potencialmente las cosas.

   Si las personas se enteraban del asunto de Raph en prisión y que no fue nada más ni nada menos que Harris el responsable de haberlo sacado ileso de ahí, comenzarían a hablar, y no precisamente comentarios alentadores.

   Me froté el rostro ante el cansancio. Los ojos me ardían por estar tanto tiempo frente al brillo de la pantalla, y mis párpados comenzaron a cerrarse solos sin que yo pudiese evitarlo. Tenía la mente llena de tanta información que me sentí repentinamente abrumada.

   —¿Tú crees que Rhea era consciente de todo esto? —le pregunté a mi novio. Se veía tan estresado, que estiré mi mano sobre su espalda para deslizarla en suaves caricias reconfortantes —. Quiero decir, hoy había mencionado que él era bien conocido por sacar culpables de la cárcel... o evitar que entraran en primer lugar.

   —Con Rhea, no puedo saber nada. —Exhaló pesadamente, negando con la cabeza —. Pero no me extrañaría. 

   —Pero es tu hermana. ¿Tú de verdad crees que ella...?

   —Sí —interrumpió antes de que pudiese terminar —. De hecho, creo que es una forma bastante ingeniosa de estar en contra de nosotros sin ser demasiado evidente. No creo que ella quiera ayudarnos en lo absoluto. Fue un error contarle.

   Me mordí el interior de la mejilla, sopesando su argumento.

   —Lo lamento, Raph —expresé finalmente.

   Él me miró, sonriendo un poco. Con cuidado, cerró su laptop para colocarla en la mesa de noche al lado de la cama. Acto seguido, se recuesta sobre su almohada, y estira los brazos para darme espacio cerca de su cuerpo. Estar contra la calidez de su pecho me tranquilizó momentáneamente. Sentí un beso en mi frente al acercar mi rostro a su cabeza.

   —No lo sientas, mi amor. No fue tu culpa.

   —Yo le conté todo lo que pasó —le recordé —. Hubiese sido buena idea haber mentido.

   —No te hubiese creído de todos modos.

   —Pero entonces, igual no sabría la verdad.

   Gruñó.

   —Lo hecho, hecho está, Ri-ri —dijo con calma —. No te preocupes en un pasado que no se puede cambiar, mejor pensemos en lo que podemos hacer a futuro para salir de esto.

   —Tienes razón. —Me quedé callada un momento, analizando mi próximo comentario —. ¿Crees que sea un secreto a voces?

   —¿Qué cosa?

   —Lo de Hudson Harris. Digo, ¿es legal que todo el mundo sepa que dejas criminales en las calles y no sufrir ningún daño al respecto?

   Raph analizó mi pregunta por varios segundos.

   —No creo que sea un secreto a voces en la luz pública —reflexionó —, pero podría serlo dentro de un círculo íntimo. Ya sabes que mi familia tiene muchos contactos, y Hudson solamente se ha encargado de criminales con alto estatus social. 

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