Capítulo 7.- Una Princesa Targaryen

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Melian Gargalen

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Melian Gargalen

Para el momento en que Elia alcanzó su octava luna, el entusiasmo se había apoderado de la isla. Pocos recordaban el incidente de Carden acontecido un par de semanas atrás.

Pero si la emoción corría por los pasillos, el miedo se escondía en las esquinas.

Incluso Ascar, que normalmente se mostraba tan tranquilo y ajeno a todo lo que sucedía a su alrededor, temía por ella. Su preocupación era palpable, Melian podía sentirla en su propia piel.

No lo culpaba, durante el día, una mirada al pálido rostro de Elia le traía demasiados malos recuerdos.

Nadie podría considerar a Loreza una mujer débil, y aun así había perdido dos bebés...

—No quiero pensar en qué sería de Trystane si algo le llegase a pasar a Elia durante el parto —había susurrado Ascar durante la noche, cuando creyó que ella ya estaba dormida—. Loreza aún está tan débil... El maestre Caleotte dice que quizá... —No terminó la oración—. Si las perdiera a ambas al mismo tiempo... No creo que pudiera seguir adelante.

"Y tú no podrías seguir sin él" pensó, pero no lo mencionó, se limitó a abrazarlo por la espalda, él se tensó con su tacto, y poco después los sollozos lo inundaron. La mera idea perderlo lo aterraba.

Él y Trystane tenían sus diferencias, las cuales en gran medida podían resumirse en una palabra: Loreza. Melian aún recordaba aquella noche hacía ya tantos años atrás en la que Ascar finalmente había reunido el valor suficiente para enfrentarse a su hermano. Loreza había tomado como amante a un Braavosi y se había retirado a los Jardines del Agua, dejando a Trystane en Lanza del Sol. El enfrentamiento entre los hermanos Gargalen fue a puerta cerrada en el despacho de la princesa de Dorne, pero los gritos podían oírse en todo el castillo. Horas después Ascar salió resollando y maldiciendo entre dientes, nunca había visto a su esposo tan furioso. Esa misma noche partieron de regreso a Costa Salada llevándose al pequeño Doran con ellos.

El distanciamiento duró años, hasta que la repentina muerte de Laena, su hermana menor, los reunió y en cuestión de semanas volvieron a ser tan unidos como lo habían sido en la infancia, aunque ambos evitaban cuidadosamente hablar de Loreza.

Así que Melian optó por mentirle, asegurándole que todo estaría bien. Era inútil alimentar sus temores, aunque en lo más profundo de su alma, era consciente de la fragilidad de Elia.

Su sobrina se debilitaba y empequeñecía con la llegada de cada nuevo maestre que arribaba a la isla haciendo alarde de su sabiduría. Sin embargo, lejos de detenerse, el príncipe Rhaegar seguía convocando a más y más, hasta que Melian se preguntó si quedaría alguien en la Ciudadela con un eslabón de plata alrededor del cuello.

Melian estaba convencida de que las pociones que los maestres le daban a Elia no hacían más que empeorar su estado. Le habría encantado poder abofetear al príncipe hasta que recobrara la razón y llamara de vuelta a Carden, pero sería inútil. Si ver el detrimento de la salud de Elia desde su partida no podía convencerlo, nada lo haría.

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