Capítulo 16.- Deseos y Contradicciones

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Jon Connington

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Jon Connington

Con el inicio de las justas a tan solo un día de distancia, el ambiente en el castillo era jovial, casi idílico. En más de una ocasión creyó estar viviendo dentro de una canción.

El sol resplandecía con fuerza, las flores derramaban su dulce néctar impregnando el aire, las risas de las doncellas llenaban los rincones y los caballeros aguardaban impacientes.

Ser Harlan Grandison había fallecido un par de lunas atrás, y con ello un lugar en la guardia real quedó vacante. Jon consideró seriamente la posibilidad de presentarse. Se imaginaba con la capa blanca sobre sus hombros, con todo el honor que llevaría a su familia, el renombre que ganaría, la idea de ocupar el puesto del pesado de Arthur y convertirse en el guardia personal de Rhaegar, la cercanía que los uniría. Él lo protegería, se encargaría de que nada le ocurriese. Todo sería perfecto, incluso podría dejar de preocuparse por aquel matrimonio del que su padre tanto hablaba, la insulsa de Shyra Grandison quedaría en el pasado.

Saboreó la opción durante días, hacía girar la pluma recién entintada entre sus dedos. Pero, nunca se atrevió a llevarla al papel. Su padre no se lo perdonaría ni en el lecho de muerte. Tener un hijo sirviendo como guardia real era el mayor de los honores, a menos de que dicho hijo fuese el único heredero.

Por ello Jon no daba crédito a lo que sus ojos veían, una cosa era que el Nido del Grifo se quedara sin heredero, pero ¿Roca Casterly? Esa era una historia diferente.

El joven Jaime Lannister de tan solo quince años, un niño hecho caballero hacía un par de lunas por Arthur, estaba hincado frente al rey Aerys. Los otros seis miembros de la guardia real formaban un semicírculo detrás de él. Algunos sonreían, mientras que otros lo miraban con inquietud.

No quería ni pensar en lo que lord Tywin haría al enterarse.

Incluso Rhaegar se veía preocupado. Su apuesto rostro mostraba una expresión atormentada, unas pequeñas ojeras trataban de formarse debajo de sus ojos. Pero incluso así, seguía luciendo como el sueño de cualquier doncella, vestido de cuero negro y lana carmesí, con rizos platinados que brillaban al sol como si de una tiara se tratase.

Maldijo a Elia entre dientes, estaba de pie junto a Rhaegar con un vestido negro con brocados de oro, sonreía como una estúpida y se daba aires de reina, aunque jamás estaría a la altura. Su matrimonio con el príncipe había sido un grave error, pero ella se vanagloriaba como si él en persona hubiese desafiado a su padre por pedir su mano. No la soportaba. Ella era la culpable de todo. Desde su matrimonio Rhaegar no era el mismo, siempre estaba intranquilo por lo que ella pudiese hacer, temeroso de que su actuar lo dejara en vergüenza.

Elia destruía lo mejor de él.

Jaime recitó los votos de la guardia real en voz alta y Aerys hizo su nombramiento oficial. El Lord Comandante, Ser Gerold Hightower le colocó la capa blanca sobre los hombros y Ser Oswell Whent le ofreció una mano para ayudarlo a levantarse. Sus nuevos hermanos le aplaudieron y se acercaron a felicitarlo, pero no fueron los únicos, la multitud estalló en vítores, el ruido era ensordecedor. Podría jurar que el pecho de Aerys se infló con arrogancia, ¿acaso creía que lo aclamaban a él?

Los Últimos DragonesWhere stories live. Discover now