Capítulo 11.- Querido Hermano

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Cersei Lannister

Lo había estado esperando con ansias desde que escuchó la noticia.

La llegada de Jaime a Desembarco del Rey tras ser nombrado caballero por la espada del alba en persona, era la oportunidad que Cersei había estado esperando.

Cuando Jaime atravesó las puertas de la Fortaleza Roja montando su corcel blanco, con su armadura reluciente y la espada en la cintura, su corazón dio un vuelco. Él era el único que realmente la entendía.

Jaime le pertenecía, y no permitiría que su padre se lo arrebatara.

Cersei se acercó a él con una sonrisa seductora mientras él descendía de su caballo.

—Jaime, mi querido hermano —dijo Cersei con voz suave, acercándose a él—. ¿O debería decir Ser Jaime de la casa Lannister?

El rostro de su hermano, aunque marcado por el cansancio del viaje, se iluminó con una sonrisa sincera.

—Gracias, Cersei. Esto significa mucho para mí.

—Como debe de ser —respondió ella, su mirada intensa se encontró con la de él en un juego de complicidad secreta—. Ser Arthur Dayne es el mejor caballero de los Siete reinos, ser nombrado por él es un gran honor. —Ella se acercó aún más, su aroma la golpeó—. Pero debes saber algo, Jaime. Nuestro padre ya tiene planes para ti. Quiere casarte con Lysa Tully. Dice que es lo mejor para la Casa Lannister, y para ti.

—¿Lysa Tully? —Jaime frunció el ceño—. ¿Esa niña escuálida?

—¿La conoces? —preguntó Cersei con sorpresa apenas disimulada y él asintió.

—Lord Sumner me envió a entregar un mensaje a Aguasdulces hace algún tiempo, mi estadía en el castillo se alargó a quince días, durantes los cuales me obligaron a sentarme a su lado en todas las comidas...

Cersei se cruzó de brazos.

—¿No serás tan tonta como para estar celosa de ella, verdad? —preguntó Jaime divertido.

—Será tu esposa y ocupara el lugar de nuestra madre como la señora de Roca Casterly —Cersei le dio la espalda y comenzó a caminar con dirección a la torre de la Mano.

Tal y como lo predijo, Jaime la siguió de cerca y pasó toda la tarde tratando de contentarla, pero ella permenecía firme, tenía que hacerlo temer su frialdad, y funcionó.

Por la noche, cuando todos dormían, Cersei lo sintió deslizarse en su cama. Sus caricias eran delicadas, pero ella se negó a ceder ante la pasión que ardía entre ellos.

—¿Por qué me culpas por una desición que yo no tome? —se quejó Jaime cada vez más desesperado.

—No quiero perderte. —Cersei se levantó de la cama y él la siguió.

—No lo harás —Jaime le aseguró con fiereza. La obligó a mirarla tomándola por los brazos. Sus ojos brillaban ante la luz de las velas con desesperación.

Los Últimos DragonesWhere stories live. Discover now