7: Casi siete años

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Tras haber estado limpiando el bar por casi una hora y media, Max salió del sitio. Se recostó en la pared del pequeño camino que había entre la puerta trasera de Mystic Red Bull y el parqueo, sintiendo como el fresco viento de la madrugada chocaba contra su piel expuesta, ya se había cambiado de ropa, así que únicamente vestía una camiseta blanca de tela fina junto a joggers negros y converse del mismo color.

El hombre se estremeció por el cambio de temperatura repentino y levantó la mirada hacia la brillante luna que aún alumbraba el cielo oscuro, a pesar de que eran casi las cinco de la madrugada. Suspiró y tocando uno de sus bolsillo, recordó que le había pedido un cigarrillo a Sergio junto a una caja de fósforos, por lo que sacó estos y prendió el tabaco.

Le dio una calada dejando que el mentolado humo entrara por su tráquea hasta sus pulmones y luego exhaló un poco por sus fosas nasales, sintiendo una mezcla entre el sabor y la calidez del cigarrillo. En el fondo sabía que no debía estar haciendo aquello, pero no pudo resistirse a la tentación. Mucho menos después de los días intensos que había tenido.

Se quedó en el mismo sitio sin despegar la mirada del cielo oscuro, observando el conjunto de cuerpos celestes que se visualizaban en este, como si fueran la cosa más interesante de todo el mundo, como si no tuviera en qué más preocuparse en aquel momento más que en contar las estrellas. Quizás era una vista agradable y auténtica, o simplemente no sabía de otra manera para escapar de sus pensamientos.

No obstante, fue cuestión de segundos para que escuchara pasos cercanos y para que aquello lo obligara a lanzar el cigarrillo al suelo, para apagarlo.

Una figura alta apareció frente a él, a paso lento. Max frunció el ceño al darse cuenta que se trataba de Charles.

—Tu amigo me dijo que quizás estarías aquí —dijo el de ojos verdes.

—Te dije que no me esperaras.

Charles sonrió.

—Me conoces y sabes que nunca hago lo que la gente me dice que haga —contestó en un tono de voz mucho más bajo de lo acostumbrado.

El cabello color chocolate del monegasco se movió de un lado al otro debido a una ráfaga de viento, sus orbes verdosos brillaban mucho, resaltaban tanto como un par de esmeraldas y la rojez en la punta de su nariz, demostraba que estaba muriéndose de frío, pero que a pesar de eso, seguía ahí.

— ¿Por qué tanta insistencia?

— ¿Cómo no te insistiría si han pasado seis años, casi siete, desde la última vez que estuvimos solos? —le dijo Leclerc, acercándose aún más a él.

—De hecho, te vi en tu oficina hace poco tiempo.

—Max, tú sabes a lo que me refiero —Charles frunció un poco el ceño.

Max no dijo nada y desvió la mirada, no sabía qué hacer en ese momento. Aún no termina de procesar todo lo sucedido.

— ¿Estuviste fumando? —inquirió el de Mónaco, con una expresión confundida.

El rubio asintió en respuesta sin siquiera mirarlo a los ojos.

Estaba evitándolo a toda costa, porque no quería dejarse llevar por Charles, por sus ojos, por lo majestuoso que luce bajo la luz de la luna, por su manera de hablar, por la rojez de su rostro. No quería dejarse llevar por él, de hecho, en ese aspecto siempre había sido débil.

Quería irse corriendo muy lejos de ahí, llegar a un lugar en donde Charles no lo encontrara y dónde no pusiera su mundo patas arriba. Había pasado tanto tiempo, ¿Pero por qué aún seguía sintiendo aquella sensación de cariño, libertad y cercanía por él? ¿Por qué sentía que sus piernas temblaban? ¿Por qué sentía que su corazón se aceleraba? ¿Por qué seguía convencido de que Charles era el único ser humano sobre la faz de la tierra que lo conocía mejor que nadie?

Lover's gameWhere stories live. Discover now