Capítulo Uno

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Con el dorso de la mano derecha se limpió el sudor y las manchas de cenizas que residían en su frente. Sentía aquel sabor metálico en la boca que le producía la adrenalina del momento.

En otro incendio, el fuego fue controlado. Pero su corazón aun palpitaba por los gritos, por el momento, por el esfuerzo de cargar a personas medio moribundas a través de ese pequeño edificio de cuatro pisos en llamas. A pesar de que llevaba ocho años en el servicio, Ethan McGregor, todavía pasaba nervios ante cada situación.

Miró hacia el cielo, comenzaría a amanecer en cualquier momento. Era hora de recuperar sus emociones.

Se acercó al camión rojo y colocó el casco sobre el asiento del conductor. Alguien se aproximó a él, y sintió una mano sobre su hombro.

-Buen trabajo, McGregor -le dijo con voz seria el capitán Ross.

El teniente Malcom Ross era como un segundo padre para él y para el resto del cuerpo de bomberos de la estación 493, de la cuidad de Detroit. Un hombre fornido y con un par de canas de su oscuro cabello, que pisaba los cincuenta. Un hombre duro y poco comunicativo. Un hombre que se había hecho respetar por su entereza y años de servicio a la comunidad. Malcom, conocía a Ethan desde que se había enlistado. En esos tiempos, él era uno de los instructores y apenas había visto al muchacho de diecinueve años, supo que sería uno de los mejores. Y no se había equivocado.

-Gracias, señor -le dijo inclinando un poco la cabeza.

-Ya hablé con el personal de emergencias. Por suerte no hay ninguna persona herida de gravedad. Solo llevaran a una mujer mayor al hospital porque inhaló demasiado humo -miró la hora en su reloj -Tu turno ya casi termina. Steven y tú pueden irse a la estación e ir a descansar. Ha sido una larga noche. Yo me quedaré con el resto para lo último que queda.

-¿Seguro, capitán? Podemos quedarnos y terminar esto.

-No, hijo, pueden ir tranquilos.

-Bien -asintió y lo vio alejarse.

Se quitó aquel enorme abrigo que lo protegía de las llamas y sacudió un poco los hombros, tratando de liberar la tensión.

Toda su vida quiso ser bombero. Desde la vez que su tía Mónica le regaló aquel camión de bomberos de plástico, cuando tenía siete años. Su familia creyó que era algo de niños al principio, cuando se la pasaba diciendo que salvaría vidas y apagaría incendios. Siguieron creyendo que era una tontería hasta que él salió del instituto y se enlistó en el servicio de bomberos profesionales. A su madre, Susan, casi le dio un ataque. Su hijo, su único hijo varón, un bombero que arriesgaría su vida todos los días. Sonrió al recordar que le había rogado que no lo hiciera, que su padre y ella, iban a pagarle la mejor Universidad si quería. Pero nada de eso sirvió. Él quería aquello, lo deseaba. Saber que hacía algo por otra persona lo llenaba de satisfacción. Y hoy en día con veintinueve años, no se arrepentía de nada.

-El capitán me ha dicho que podemos irnos -dijo su amigo y compañero Steven Jones.

Steven, era uno de los bomberos más nuevos de la estación. Llevaba allí aproximadamente un año. También era el más joven, por ende era el centro de bromas del grupo.

-Sí, nuestro turno ha terminado. Sube al camión y vamos a la estación. Tengo que pasar a buscar a Albus para ir a casa.

Steven, asintió y se subió de un salto. Ethan, lo siguió y prendió marcha. El viaje estaba siendo silencioso. El sol comenzaba a asomarse, iluminando las calles, despertando el tránsito. Iba a ser otro día de Agosto bien caluroso. A Ethan le agradaba mucho el verano, le gustaba más que el invierno. Pero odiaba tener que utilizar su uniforme en esta época del año. Era asfixiante.

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