Capítulo Dos

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El timbre sonó fuerte, retumbando por cada rincón de la casa. Los ladridos de Albus llegaron con fuerza. Abrió un ojo al instante. Era malditamente malo, y bueno a la vez, tener el sueño tan ligero. Era malo los días que intentaba dormir profundamente y el más mínimo ruido lo hacía salir de la cama. Pero era bueno cuando estaba en la estación y dormía allí, porque tenía que estar atento a alguna emergencia.

El timbre volvió a sonar. Gruñendo se puso de pie. Sentía el cuerpo pesado y la cabeza le latía un poco.

¿Cuánto había dormido?

Miró la hora en su reloj. Eran las dos en punto de la tarde.

¿Quién demonios molestaba a esas horas?

Salió de su habitación y bajó las escaleras maldiciendo entre dientes, porque sólo había podido dormir cuatro horas.

Luego de llegar a su casa, había entrado a ducharse, y entre el desayuno y mirar la tele se habían hecho las diez de la mañana. Quería seguir durmiendo, deseaba hacerlo.

Otra vez el timbre sonó con insistencia.

—¡Ya voy! —gritó.

Albus, estaba ladrando y moviendo la cola frente a la puerta. Cuando, Ethan, llegó la abrió de un tirón sin detenerse a mirar quien era.

—¡Sorpresa! —exclamaron las tres al unísono.

Ethan, se frotó los ojos cansados y las miró con fastidio.

¿Por qué ellas estaban allí?

Tener tres hermanas, a veces, era una tortura.

—¿Qué hacen aquí? —les preguntó sin darse cuenta que no había sido amable. Él siempre era amable con sus hermanas.

—Oye, esa no es forma de tratar a tus hermanas mayores —lo regañó Harper, su hermana melliza. Habían compartido el vientre durante ocho meses, y ella aún se creía mayor por sus cinco minutos de ventaja. Y no se veían muy mellizos.

Samantha, Tiffany y Harper, eran tres rubias de treinta y cuatro, treinta y dos, y veintinueve años. Hermosas y perfectas. Locas y complicadas.

—Hoy es día de visita familiar ¿Por qué no nos dejas pasar? —preguntó Samantha. Siendo la más grande, siempre fue la más maternal. Pero también era la loca. Ethan, no entendía como un tipo como Jean, su cuñado, un tipo tranquilo y de modales muy ingleses, la había enamorado. Pero así había sido. Ya llevaban cinco años de casados y tenían una adorable pequeña de tres. Ethan, adoraba a su sobrina, Corine.

—Porque estaba durmiendo y quería seguir haciéndolo.

—Oh, nada de eso, hermanito —sonrió Tiffany. Ella era la dulce y soñadora. La artista de la familia. Llena de buenos sentimientos y palabras positivas. Era la que siempre lo había adulado cuando salía con el corazón roto —Vinimos a verte y a pasar la tarde contigo.

—Ahora abre la puerta, no me obligues a hacerlo —amenazó Harper. Ethan rió.

Sus hermanas eran mujeres altas. Pero Ethan medía un metro noventa y tres, y a pesar de eso sus hermanas siempre lo atemorizaban. En especial Harper. Ella era la más ruda. No le gustaban las cursilerías y los hombres la calificaban de rara. Pero él sabía que debajo de toda esa fachada había una mujer asustada y frágil.

—¿Qué se puede hacer contra la familia? —se hizo a un lado y las dejó pasar.

Observó que todas tenían bolsas de supermercado. Sonrió, siempre estaban trayendo comida para él.

Al haber vivido entre mujeres había aprendido a ser un hombre demasiado limpio y ordenado para su propio gusto. Su casa era una maldita muestra de ello. Y los chicos en la estación lo jodían por eso. Pero él era feliz así.

FirefighterWhere stories live. Discover now