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La tormenta rabiaba sobre la casa de Jareth. Las nubes oscuras, tenebrosas y furiosas le daban un poco de escalofríos. La lluvia azotaba las hojas de los árboles, dignas de una película de terror cutre. El trueno fue seguido por el relámpago, Merlín casi vuelve a soltar sus ladridos, pero el joven se apresuró a meterlo dentro del garaje. Jareth termino de arreglar la cama del perro, reviso el espacio y se marchó con cuidado. No podía escuchar nada, lo cual estaba empezando a asustarlo.

Al regresar al salón, noto que la luz se había cortado. Intento localizar al pequeño infante, que dejo semi dormido en el sofá, pero no estaba.

—¿Toby? —llamó. Nadie respondió.

En un momento de calma entre dos truenos, creyó haber oído un zumbido en el aire. No podía detectar ningún movimiento en el salón. Empezaba a preocuparse y a imaginar escenarios terroríficos... «Vamos, tranquilízate Jareth... debe estar por algún lado, apenas gatea...»

—¿Toby? —susurró con ansiedad, sus manos estaban sudando.

Retrocedió sobresaltado, formas raras empujaban y correteaban entre los muebles. Creyó vislumbrar piernas pequeñas y deformes asomando por el borde de la librería a un costado, piernas que definitivamente no pertenecían a Toby. Sintió el corazón palpitar, y se cubrió la boca con una mano, para evitar gritar. No podía darse la vuelta y huir: tenía que saber. Fuera cual fuera el horror que encontrara, tenía que saber. Impulsivamente, fue hasta allí, extendió la mano y se arrodillo para ver por el costado del mueble de pino.

Vacío, no había nada.

Veloz, asustado y muy nervioso, Jareth recorrió varias veces la habitación en busca de su hermanito. Durante un momento o una hora, nunca supo cuando tiempo pasó, se quedó quieto mirando con la mente en blanco.

«Yo cerré la puerta del salón, para que no se escapara. Las ventanas son altas y tampoco estaban abiertas... ¿Dónde está Toby?»

Sus manos se cerraron con fuerza, las uñas se le clavaron en la piel. Entonces, se asustó por un golpeteo suave y rápido en el cristal de la ventana. Un cuervo salvaje aleteaba insistentemente contra el cristal. Podía ver la luz de la tormenta reflejada en sus grandes, redondos y oscuros ojos, observándolo. La negrura de su plumaje estaba iluminada por una serie de relámpagos que parecían continuos. Detrás de Jareth, un goblin alzó brevemente la cabeza, y la agachó de nuevo, otro a su lado hizo lo mismo. Él no los vio, tenía sus ojos fijos en los del cuervo.

Un nuevo relámpago crujió y brilló intermitentemente, y esta vez distrajo su atención de la ventana iluminando el reloj que había sobre la repisa de la chimenea. Vio que sus manecillas apuntaban a las trece en punto. De pronto, sacándolo de su embotamiento, algo golpeo la parte de atrás de sus piernas.

Bajó la mirada.

«¿Qué está pasando aquí?»

La cama de su perro se movía a través de la alfombra sobre patas escamosas como de lagarto, con garras en vez de dedos, una pierna en cada esquina. Los labios de Jareth se abrieron, pero no emitió ningún sonido. Tras él, algo río disimuladamente. Se giró y vio cómo algo se agachaba rápidamente tras la barra de licor de Robert. Las sombras corrían por las paredes. Los goblins brincaban y saltaban a su espalda. El humano estaba observando los pequeños y feos pies que correteaban, o danzaban, de un lugar a otro del salón.

Se dio la vuelta, con la boca abierta, las manos cerradas en puños, y vio a los goblins haciendo cabriolas. Éstos se agacharon entre las sombras, para evadir su mirada. Jareth buscó algo que pudiera servirle de arma. En la esquina de la habitación había una vieja escoba. La cogió y avanzó hacia los goblins.

Labyrinth (Historias Cortas)Where stories live. Discover now