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La reina salió del pequeño laberinto de arbustos que tenía su jardín privado. Había armado un ramo de flores que pensaba poner en el jarrón que le hizo su hijo mayor. Estaba llegando a la fuente que su esposo mando a hacer para su tercer aniversario cuando las voces acaloradas de sus retoños le llegan por la izquierda.

—¡Te lo digo, Tabitha! ¡Fue durante el baile de Yule!

—No, estás mal ¡Fue en el Festival de Ostara!

La mujer, curiosa, interrumpe la pelea teletransportando el ramo a su lugar asignado.

—¿De qué discuten esta vez?

Tabitha, su hija rubia de ojos celestes, giro su espalda para, con un puchero, tirarse a sus brazos. Daelion, su hijo de cabello negro y ojos verdes e increíblemente alto para un joven de catorce años, le sonrió con complicidad. Tan arrogante como su padre, sabía que tenía la razón.

—Mami ¿verdad que Papi te pidió matrimonio en el Festival de Ostara?

Sarah miro apenada a su niña, pero tuvo que darle la razón a su primogénito. La carita redonda de Tabitha se contrajo en una mueca molesta. Previniendo un berrinche, la reina atajo la situación con lo primero que se le ocurrió.

—¿Qué les parece si vamos con su padre y que nos cuente como fue?

Ambos pares de ojitos brillaron felices: amaban cuando Jareth les contaba historias.

—¡Si!

Sarah llevo a sus retoños al interior del castillo, un suspiro de nostalgia invadiendo sus labios. Mucho había cambiado desde que se casó con el rey de Abalarys. Desde el castillo, pasando por la Ciudad Goblin hasta el propio Laberinto. El corazón de la magia de esta tierra residía en el propio corazón del monarca, cuando la felicidad invadió la vida de Jareth, la tierra recompensó al reino con prosperidad y rejuvenecimiento.

Ahora, el castillo era un edificio enorme en la cima de una colina rodeada de bosque. La Cuidad Goblin era dos veces más grande que el propio castillo, dividido en barrios y distritos con casas perfectamente diseñadas para evitar la destrucción de sus habitantes. Las había de todos los tamaños, sumando zonas comerciales y algunas zonas de producción agrícola a cargo de los goblins más capaces. La población se había triplicado, trayendo prosperidad a un reino que había estado varado en el tiempo por siglos.

Sarah se enorgullecía de los avances que promovió, una vez que asumió su cargo. Jareth había sido perdonado, dado el excelente estado del reino. Le dieron la opción de regresar a su tierra natal, pero, viendo por su gente, y ahora que gracias a su esposa lo sentía más su hogar que el reino en el que nació, declino la oferta. Ambos estaban más que felices de quedarse allí, sacándole todo el jugo a esa ex tierra inhóspita.

—¿Podemos tener pastelitos, mamá?

La voz esperanzada de Dealion la sacó de sus pensamientos.

—En un momento, cielo.

Labyrinth (Historias Cortas)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora