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Hoggle se apreció en el salón del trono, le hizo un gesto a su amiga y salió de la estancia rumbo al jardín privado de la mujer. Aun podía recordar con cariño, el día que se había ocultado de su padre tras una horrible pelea y se había escondido allí sabiendo que no lo encontraría. Sarah estaba practicando su metamorfosis en cuervo y le dio curiosidad ver a uno de sus súbditos rompiendo su espacio personal (después de todo, se sabía que nadie tenía permitido entrar allí). Sin embargo, tras ver al asustado y lloroso Hoggle, su corazón se ablando y, desde ese día, ambos fueron grandes amigos.

Sarah carraspeo un poco para sacar al hombrecillo de sus pensamientos, y le sonrío amorosa.

—Amigo mío, que gusto verte ¿Cómo has estado?

—Bien, ya llevo sesenta de las alimañas esas...

—Maravilloso.

La mirada dubitativa le dio curiosidad a la gobernante de Abalarys.

—Sarah ¿Qué planes tienes con el humano?

—¡Oh, ternurita! —vino la soñadora respuesta —, lo has vista ya ¿o no? Es tan hermoso, más de lo podría haber deseado...

La felicidad era palpable en la mujer y eso basto para responder las preguntas de su amigo.

—¿Crees que te aceptara?

Odiaba bajarla de su nube, pero alguno de los dos tenía que tener los pies en tierra.

—No deseara otra cosa...

La juguetona, y sensual, mirada de su amiga le dio un poco de vergüenza. Hoggle no quería los detalles, gracias.

—Bien, te ayudare. Si necesitas que le dé un aventón, solo mándeme a él.

El chillido feliz y el fuerte abrazo que siguió, le saco una suave sonrisa al arrugado rostro del mediano.

«Mas te vale Jareth no romperle el corazón... o tendrás a todos los goblins buscando tu cabeza.»


*


El humano logro avanzar algo, entre corredores y grietas bien disimuladas que, por muy poco, pasa por alto. Realmente el consejo de Hoggle le sirvió como anillo al dedo. Una vuelta más y la zona mohosa quedaba atrás. Ahora estaba en un área de piedra beige con adornos en picos y rostros esculpidos en la roca. Camino un poco entre los nuevos corredores, tropezando con algunas estructuras derrumbadas. Aquello le hizo darse cuenta de que traía un lápiz en un bolsillo del pantalón.

—¡Genial!

Marco con una flecha una de las baldosas y se levantó para seguir el camino. No se dio cuenta que, de debajo, un goblin parecido a un mono, alzo la baldosa y cambio el orden de su marca.

Jareth hizo ese proceso dos veces más, antes de percatarse que le estaban truncando sus indicadores.

—Eso me pasa por menso...

Suspiro resignado y, como un niño aburrido, dibujo una cara graciosa en otra de las baldosas.

—Se ve mejor así... —se rio travieso, antes de dejar el lápiz a un costado.

—Estoy de acuerdo.

Jareth se giró hacia la voz, pero no vio a nadie.

—¿Hola? —la duda en su pregunta.

—Aquí abajo, muchachito.

La rubia cabeza obedeció y sus ojos se abrieron con incredulidad. Un gusanito fucsia con anteojos y bufanda blanca le estaba ablando desde un obelisco caído, al costado de donde está apoyado, del mismo color que las paredes a su alrededor.

Labyrinth (Historias Cortas)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora