Prólogo - Enzo

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Una luz, un grito, el llanto de Valentina, el miedo aterrador. Ese que se cuela hasta los huesos. La sangre, la sangre por todos lados. Sus heridas, las de ella, las de ella. Horas de terapia intensiva, un velorio. Sus amigos, su familia. Sus hermanos. Sus primos. Valentina.

El día del entierro Enzo decidió no asistir al cementerio. No se lo comunico a nadie, no creía que fuera necesario hacerlo. Pocas palabras salieron de su cuerpo desde la confirmación de lo ocurrido, tan solo las necesarias. Autorizaciones para tramites, asentimientos y negaciones a preguntas irrelevantes, indicaciones hacia cualquier persona que se acercase hacia la puerta de la habitación de Valentina. Lo único en lo que parecía estar interesado es en que nadie la molestase a ella. Y ella, ella parecía interesada en evitarlo a toda cosa.

Desde el día que Olivia murió que Valentina no le dirige la palabra. Ni la mirada. Ni nada. El entierro ocurrió varios días después, y ante la ausencia del padre, la madre no se inmutó. Enzo compró alcohol y se fue a la costanera frente al rio. Se sentó allí y tomó vodka por horas. Su misión era clara.

Su vida había sido muy clara.

Fútbol desde que nació, una carrera de esfuerzos. Sus padres rompiéndose el lomo trabajando para que él pudiera tenerlo todo. Su novia, Valentina, a la que conoció a los catorce años. Muchos años de novios, muchas sonrisas, felicidad, enamoramiento. Enzo recuerda con mucho cariño las tardes de amor, las noches de pasión y el miedo al enterarse que iban a ser padres. Fue a sus dieciocho años. Valentina tenia diecisiete y una carita de niña asustada tremenda.

Todo había sido demasiado claro en su vida, su vida había sido clara desde el inicio. Si bien hubo siempre obstáculos y siempre, siempre la tuvo que remar, Enzo tenía claros sus objetivos desde el día uno. Todo eso se nubló y se acabó el día del accidente.

Niebla, ruta, Valentina le había revisado el celular, estaban sin dormir unas horas debido al viaje que habían decidido hacer. Enzo manejaba cautelosamente, mientras escuchaba los reclamos de su mujer. Olivia dormía detrás con el cinturón mal ajustado. Con el cinturón mal ajustado que ninguno de los dos en ese momento se percató. Y si bien su discusión no era un gran distractor, Enzo todavía no entiende de donde salió el otro auto, clavándose de lleno en el asiento trasero.

Su hija muerta, su mujer en terapia intensiva alrededor de cinco días. El ileso. Ileso. Ileso. Le dijeron esa palabra tantas veces que llegó a creérsela. Enzo Fernández salía ileso de aquel accidente. ¿Cómo se sale ileso con una hija muerta? Su vida se había terminado ese día. Y desde ese día que el futbol paso a ser su mundo entero, desde ese día el vodka se volvió su compañero por las noches.

Desde ese día que decidió no volver a sentir. No volver a vivir. Ganar plata, irse de River lo mas pronto que pueda, llevarse a Valentina lejos de toda esa gente que la atosiga, ser el mejor jugador de ese deporte. Todas sus metas se tornaron sumamente ambiciosas y difíciles, pero en ese ámbito, Enzo estaba mas concentrado que nunca. Gallardo no podía creerlo y él, a ciencia cierta, tampoco. El entrenador cada vez mostraba más interés, aunque fue clarísimo en el momento que volvió a convocarlo al banco de River: necesitas tiempo Enzo.

Todo el mundo lo buscaba para hablar, todo el mundo menos Valentina. Sus padres, sus hermanos, Julian Álvarez, sus compañeros de concentración. Todos le preguntaban todo el tiempo cómo estaba, qué sentía, qué le pasaba. Cómo lo ayudaban. Valentina lo ignoraba. Pasaba horas encerrada en la habitación que alguna vez habían compartido, salía solo lo necesario y aunque los primeros días Enzo intentó acercarse, ella lo empujaba con crueldad lejos.

Y sobrevivir lejos, cuando lo que más necesitas ya no está, vuelve la vida oscura. Muy oscura. Y el alcohol y la noche como escape y el entrenamiento y el futbol como salvavidas comenzaron a opacar sus días, volviendo todo negro, oscuro, gris.

El vodka atravesaba por quinto día consecutivo su garganta mientras por enésima vez su mirada se perdía en el horizonte de aquel rio. Otro mes más, otro día más, otro. Y, por favor, cada día dolía más. Otro trago más. Y otro y otro. Enzo suspira. La única forma de que sus preocupaciones se diluyan era esa y solo había un objetivo: no sentir nada más.

Claroscuro - Enzo FernándezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora