Capítulo 19: Soportable

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Compartir el silencio es un gesto íntimo. De esos que permiten al otro ser. Porque... ¿de que otra forma se puede ser mas genuino que compartiendo eso? Silencio. Sin palabras, solo con miradas, gestos, roces, lágrimas y algún que otro puchero tapado por un corto beso. Ni ella ni él podrían calcular cuanto tiempo llevaban ahí, acostados en esa cama, desnudos, bajo las sábanas, mirándose a los ojos y llorando los dos. Porque compartían el silencio, pero también el dolor.

Enzo se sorprendió al descubrir que no le incomodó llorar frente a ella. Si bien Clara estaba igual o peor que él, haberlo hecho le permitió sentir algo de alivio. La angustia se colaba entre los cuerpos, a la vez que fluía, era, tenía lugar, los atravesaba, pero también los dejaba. Una sensación rara: la de estar golpeado pero sanando. Esa era.

Clara por su parte se acurrucaba en los brazos de él, se soltaba, lo miraba, lo besaba y le secaba las lágrimas. Él se las secaba a ella. Era una conexión extraña la que sentía, extraña porque jamás se imaginó que estaría en esa situación: desbordada, triste, angustiada, enojada, en la cama con Enzo Fernández, llorando con Enzo Fernández, compartiendo algo tan intimo los dos. Y si bien estaban desnudos, la desnudez tomaba otra forma a la hora de mirarse a los ojos y ver el dolor del otro. Ella sabia que no le costaba llorar porque él lo estaba haciendo, se lo permitía porque él lo hacía. Y se lo permitieron los dos entonces.

— Clara — susurró Enzo. Seguían acariciándose los dos sus rostros, llevándose con sus manos el resto de las lágrimas.

— ¿Qué?

La voz de ella le llamó la atención a él, que le hizo una mueca rara. No quería hablar, no quería que se termine esa situación, que se separen, que se vaya, que la suelte. No quería estar sola.

— ¿Vos crees que deja de doler en algún momento? — Sin embargo, la pregunta de Enzo la descoloco y la obligó a volver su atención a la profundidad de los ojos negros de su acompañante. La oscuridad, la tristeza.

— ¿Qué cosa?

— Las heridas, Clara. Lo que me hace perder la conciencia con el vodka. Y lo que te hace tragar esas pastillas supongo. ¿Deja de doler?

Cuan cierto. En los momentos que estaba sola, lo que su hermano le hizo se hace muy grande. Casi que ocupa todo lo que piensa, todo lo que siente. El miedo, la angustia, el terror a que se repita lo que ya vivió. Ella pudo: se alejó de esa pesadilla durante años. Siguió su vida, se enamoró de alguien que supuestamente la quiso, vivió en otro país, vio a Julián triunfar y cumplir su sueño. Y todo parecía ir bien. Pero la burbuja se rompió y la pesadilla volvió.

En el momento en que recibió ese mensaje esa noche Clara pensó seriamente en llamar a Leandro y pedirle ayuda. Era el único que sabia de lo ocurrido, era el único que pudo acompañarla, quererla, estar, sacarla de ahí. Enfrentar a su hermano, enfrentar a sus padres. ¿Y cómo se supera eso? ¿Cómo se supera a quien te ayudó a volver a ser vos? ¿A volver a reír?

— Yo creo que el dolor se hace más soportable... — dedujo después de sostener el silencio durante algunos minutos.

Enzo la examinó con detenimiento. Clara sabía lo de Olivia, Clara sabía lo del accidente, Clara sabía, o al menos podía deducir, a qué se debía su dolor. Él no. Ella era una maldita incógnita, era una caja cerrada, era un signo de pregunta intrigante. Enzo supo al rato de pasar algún tiempo con ella que su dolor no se relacionaba con el imbécil de Leandro Paredes. O si, pero no en todo.

— ¿Soportable? — Él pasó uno de sus brazos por detrás de ella, atrayéndola hacia si mismo. — Yo siento que cada día es más intenso y doloroso Clara. Yo la... — suspiró, cerrando por primera vez los ojos y cortando así el contacto visual — la veo en cada rincón.

Claroscuro - Enzo FernándezWhere stories live. Discover now