Capítulo 38: Incógnita

485 72 31
                                    

Chapar con Santiago Simón no se sentía bien. Él era bueno, lindo, dulce, la trataba bien y hasta tenían conversaciones interesantes sobre muchos temas en común, pero chapar con él no se sentía nada bien. Sus labios no sabían mal, pero sus manos eran torpes, su tacto no le causaba nada, no sentía nada. Nada bueno, nada malo, nada. Clara no sabia distinguir si esa secuencia era un intento desesperado por encontrar o sentir algo que no tenga que ver con Enzo Fernández o si era un deseo verdadero que conllevo una desilusión.

Desde que lo había vuelto a ver a Santiago que una sensación en el pecho se hizo presente, una sensación tal vez relacionada con lo conocido. Con esa gente que alguna vez fue importante, esa gente que una tiene allá arriba, lejos, idealizado, pero que, a la hora de la verdad, cae por su propio peso. Ella lo conoció a Santiago cuando eran dos adolescentes y ni siquiera había dado su primer beso. Tantos años después y tanta vida sucedida... él podría ser un desconocido cualquiera.

Clara suspira aún sobre sus labios para luego separarse y mirarlo a los ojos. Él los tenía sumamente rojos, sostenía en una mano un trago y reía algo sorprendido. Ella rio, él ni siquiera se preocupaba en ocultar los efectos del porro que claramente se había fumado. Los sentimientos de ella estaban revolucionados, casi que podía sentir la mirada en Enzo perforándole la espalda. No había analizado demasiado sus movimientos y quizás, besar a Santiago no había sido lo más inteligente ni tampoco lo mas sensato. Quizás hubiese estado bueno hablar con Enzo, intentar ser dos personas adultas, intentar cerrar todo. Pero ¿Cómo hacerlo sin que se le rompa el corazón? ¿Qué se hace cuando estas convencida de que la otra persona tiene el poder de hacerte trizas en tres palabras y a toda costa necesitas evitar que lo haga? Porque Enzo tenía ese poder sobre ella y, aunque nunca había demostrado querer usarlo, todo lo ocurrido la llevaba a dudar.

— Mírala a la hermana de Julián con Santi, no la tenía.

Enzo continuaba contra una de las paredes con la mirada atenta y fija sobre Clara y Santiago. Su mente buscaba comprender que era lo que ella estaba tratando de hacer. ¿Volverlo loco? ¿Alejarlo? ¿Hacerlo enojar? ¿Encontrar qué respuesta? Clara, de distintas formas, seguía convirtiéndose en una incógnita. Pero de esas que te atrapan y no te sueltan.

Su cabeza estaba en eso cuando la voz de Agustin Palavecino lo sorprendió con el comentario, obligándolo a voltear con sorpresa.

— Es todo muy raro — susurró Estefania, que lo acompañaba, buscando con complicidad los ojos de Enzo, tratando de entender. Enzo, por su parte, clavó su atención en Valentina, que acompañaba a sus dos amigos y sostenía una mirada aguda. — ¿Vos en que andabas Enzo?

Ella sí que lo conocía, con ella sí que no existían incógnitas posibles, Enzo en ocasiones se sentía desnudo. Valentina lo leyó toda su vida, siempre supo que cosas le gustaban, que cosas le atraían, que cosas le molestaban y que cosas lo sacaban de su eje. Era todo tan difícil de ocultar con ella, tan difícil de ignorar. Y su agudeza, esa falta de incógnita, esa obviedad que se plasmaba en sus gestos. Enzo supo que Valentina lo leyó en el instante que volteó a verla.

— Tomando algo — indica, señalando su vaso. Las ganas de volver a darse vuelta para seguir analizando los movimientos de Clara y compañía lo atravesaron. Valentina se ríe para luego, acomodarse a un costado de su cuerpo, rozándolo con el brazo y clavando su mirada en Agustin y Estefania.

— Che chicos — En ese momento Enzo nota que los dos le dan la espalda a Clara, que antes Valentina lo había visto mirándola y que seguramente su actitud no fuera para nada disimulada — ¿Cómo se llamaba la hermana de Julián? — Enzo la miró fijamente.

No. No. La llamada equivocada el día del hotel. Su confusión de nombre, la manera en que lo descubrió mirándola en ese momento. No hacia falta ser muy inteligente para sumar dos mas dos y Enzo supo que había quedado totalmente expuesto.

Claroscuro - Enzo FernándezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora