Capítulo 10: Monumental

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La mañana del lunes de Clara comenzó con una entrevista de trabajo. Los nervios la carcomían. Agustina la había llamado el día anterior informándole que en el centro de día en el que ayudaba por las tardes estaban buscando una acompañante. En su tiempo en Europa hizo muchas cosas: viajó, disfrutó los lujos sin límites, acompañó a Leandro en lo que necesitó, pero también supo recomponerse ella. 

Clara se había ido hecha trizas. Estudiar fue una forma de volver a conectar consigo misma, Leandro la había alentado siempre a que lo hiciera y fue así como terminó en una escuela de psicología social. Realizó ahí varios cursos que le dieron algunos títulos intermedios y, aunque si bien no era una carrera oficial, le permitía hacer algo. Algo que la ayude a mantener la cabeza fuera de su desastre y volver a ordenar su vida otra vez. Esta vez necesitaba otra forma de desconectar y volver a lo que alguna vez le había hecho bien le pareció buena idea. 

El barrio al que iba de adolescente con Agustina a llevar alimentos la recibió con el cariño de su amiga y de Elida, la referente del lugar, que sorpresivamente se acordaba de ella. La entrevista fue amena, dulce, llena de risas. El trabajo consistía en sostener algunos talleres tres veces por semana, la plata no era mucha pero le servía. Quedaron en contactarse en la semana con ella y poder acordar días y horarios para comenzar, pero Elida según lo que le dijo Agustina parecía encantada con ella.

Tenía trabajo cuando entro a la casa de Julian cerca del mediodía. Agustina seguiría unas horas más en el centro y después la encontraría en la cancha para la hora del partido a las 16hs. Era temprano al ser un partido poco importante pero Clara no dejaba de pensar en eso.

Por un lado, la emocionaba volver al monumental. River, su cancha, su gente. Los jugadores, el aliento, las ganas. Los recuerdos, las travesuras, cómo siendo dos adolescentes malcriadas corrían por los pasillos ganándose la ternura de todos los guardias de seguridad que las consentían en cada boludes que se proponían hacer. Ese era definitivamente uno de sus lugares en el mundo.

Por otro lado, Enzo. Clara suspiró tomando asiento en el sillón de la casa. No podía hacerse la boluda y decir que había olvidado lo sucedido dos noches atrás. Todavía podía sentir la adrenalina, los escalofríos, la sensación de entrega, sus brazos, sus piernas, su cuerpo empujándola hasta el éxtasis. Volver a verlo la inquietaba por dos cosas. 

Una, temía que algo se le escape, que él no cumpla con su acuerdo de confidencialidad y diga alguna pelotudez delante de alguien que los conoce. 

Dos, temía no poder concentrarse en el partido y controlarse. 

Le había encantado. Él le había prometido tan solo una buena noche y ella debía cumplirlo, Enzo definitivamente despertaba miles de alarmas en su cabeza: era soberbio, canchero, egoísta, hasta inclusive traidor. Tenía una mujer. Tenía una historia atroz.

Su historia. Recordarla le puso los pelos de punta. Hasta el momento había decidido ignorarla, no conocía detalles, la prensa solía inventar estupideces todo el tiempo y tampoco ella se haría cargo de las decisiones que tome él, como la de cagar a su novia. Pero, luego de la noche que pasaron, luego de las reacciones de su cuerpo, luego de ver como se mordía los labios, apretaba los dientes y cerraba los puños, Clara supo que no podría ignorarlo más. No le preguntaría, no lo traicionaría en los pocos pactos a los que habían llegado, pero si le intrigaba demasiado saber cómo carajo la gente sobrevive a algo así.

Sus heridas eran enormes, grandes, dolorosas. Pero las de alguien que pierde un hijo debían de ser inexplicables. Su cabeza era pura confusión. Porque a pesar de todo ese razonamiento las ganas de repetir la noche que vivieron la inundaban, la llevaban a rogar casi con desesperación cruzarlo esa tarde. Porque todo había sido oscuridad por fin. Con él Clara sintió que se apagaba, que no sentía, que el dolor momentáneamente se iba, que podía respirar. Y esa sensación era como la de las pastillas que tomaba día a día: adictiva.

Claroscuro - Enzo FernándezWhere stories live. Discover now