Capítulo I

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Tiempo atrás, tras creerse la sombra derrotada en la ladera del Monte del Destino, un pueblo olvidado sufrió la crueldad de los orcos y los hombres del Este

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Tiempo atrás, tras creerse la sombra derrotada en la ladera del Monte del Destino, un pueblo olvidado sufrió la crueldad de los orcos y los hombres del Este. Apresados y torturados, obligados a luchar en un bando que no era el suyo. Beorn, el único superviviente de aquellos hechos, logró escapar de su encierro y, así, prometió que los que restaran de su pueblo, no iban a ser subyugados mientras él, o su linaje, permaneciera con vida.

De la historia de Beorn no quedan ya más que recuerdos que han ido pasando de boca en boca, distorsionados por la fantasía. Su único heredero, Grimbeorn, apodado el Viejo, tomaba ahora el liderazgo de las tierras entre el Bosque Negro y las Montañas Nubladas.

Una creciente guerra estaba de nuevo por alzarse, una oscuridad que resurgía como si jamás hubiese abandonado la Tierra Media. Sauron había dirigido su gran ojo, acogido por el fuego y el horror, en el anillo único y su portador hobbit.


Una ardilla, rojiza y moteada de blanco, se posó en la rama más baja de un roble, curioseando con sus pequeños ojos a una mujer humana. Portaba un vestido verde, que arrastraba sin cuidado alguno por el fango. Su cabello era largo y denso, y el sol del mediodía arrancaba en su color castaño, destellos de un precioso dorado. 

Los finos labios de la muchacha se movían con suavidad, tarareando una canción a la vez que se entretenía llenado su cesta de mimbre de jugosas bayas. Fue seguida por la mirada del animal largo tiempo, pues este encontraba en ella un aura distinta a cualquier otro ser que hubiera visto. 

— ¿Tenéis hambre acaso, señora ardilla? —su voz, junto a su aterciopelada risa, provocó que las peludas orejas del animal se elevaran. —Oh, perdona. —añadió al oír su respuesta, emitida con chasquidos aparentemente incomprensibles— Señor ardilla. —al corregirse el animal saltó hacia ella, su interés crecía cada vez más— No eres de por aquí. —dedujo agachándose a su altura— ¿Qué os ha hecho emigrar de vuestro hogar? —sería absurdo pensar que aquella muchacha era capaz de conversar con una ardilla, mas así parecía por la forma en que su cabeza asentía ante los gruñidos— Tomad. —dejó caer varias bayas a sus pies y, con una sonrisa, la observó engullir con avidez— Sea lo que sea lo que os haya traído aquí, no parece bueno. —su rostro se ensombreció al comprender los sentimientos del inocente ser y, con un nudo en el pecho, se irguió, retomando su camino a casa por la arboleda.

LA HEREDERA DE LOS CAÍDOS ⎯⎯ ᴇᴏᴍᴇʀWhere stories live. Discover now