Capítulo V

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Aelya se revolvió entre las sábanas, y con los ojos bien abiertos por el insomnio, observó como sobre su pecho dormía la golondrina sin perturbación alguna

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Aelya se revolvió entre las sábanas, y con los ojos bien abiertos por el insomnio, observó como sobre su pecho dormía la golondrina sin perturbación alguna. A ella le era inconcebible conciliar el sueño con todo lo que acontecía a su alrededor. Se encontraba, para su infortunio, rodeada de soldados en una tierra desconocida y, por si fuera aquello escaso de problemas, el atisbo de una guerra asomaba en el horizonte.

El único propósito de Aelya, que la llevó a partir de sus tierras, había sido retornar tan inocente criatura que le descansaba en el pecho a su hogar. Era cuanto deseaba. Mas el horror le llegó de improvisto al encontrar tanta naturaleza al borde de la muerte, un crimen contra la misma vida. Escuchaba en llorar de los árboles que se mecían alrededor del fuerte, el canto trágico de las aves que sobrevolaban las murallas. Todo cuanto oía era dolor. 

Se puso en pie, con el cuidado necesario para no alterar a su pequeña amiga, y se colocó el calzado antes de salir al pasillo. Muchos hombres habían caído dormidos en el salón, y otros cuantos lograron alcanzar sus catres antes de desfallecer por el camino. Ella, quien no había tomado gota de alcohol, parecía ser la única despierta a tan altas horas. 

— ¿Qué podría hacer? —musitó con los pensamientos atolondrados.

Nada encontraba Aelya que pudiera aliviar la tortura de los bosques, por muy profundo que le hiriera en el alma, ella tan solo era una mujer. La guerra no era su devoción, ni las armas, ni las discusiones incluso. Aun con ello, anhelaba fervientemente auxiliar al mundo que clamaba urgentemente por su ayuda, por la de cualquiera capaz de empuñar su valía. 

— No soy valiente. —se recordó con un suspiro.

La oportunidad se puso ante sus ojos una vez, en aquel bosque pantanoso donde halló soldados de Rohan rogando por un haz de esperanza. Aelya sobrevoló sobre la batalla, la alcanzó a presenciar con sus inocentes ojos, y nada hizo para detenerla, ni nada hizo para inclinar la balanza a favor del bien.

Un portazo lejano la sobresaltó, y aquello le recordó cuanta cobardía cargaba en su alma. Unos pasos rápidos se acercaron en su dirección y, con cierto temor, se obligó a mantenerse en el frío y oscuro pasillo. A medida que la persona se acercaba, seguida del vaivén de una antorcha, las manos le comenzaron a sudar por reflejo. Era su mente la que jugaba con su valía, pues bien sabía que nada alcanzaría a ocurrirle en el fuerte, no con tantos hombres de buen corazón a sus espaldas. No obstante, la razón no impidió que contuviera el aliento cuando la antorcha se detuvo a pocos palmos de su rostro.

LA HEREDERA DE LOS CAÍDOS ⎯⎯ ᴇᴏᴍᴇʀWhere stories live. Discover now