Capítulo X

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En el centro de Edoras se elevaba Meduseld, el palacio de oro del rey, pero no estaba hecho a partir de lingotes ni joyas, aunque a vista de todos brillaba como tal

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En el centro de Edoras se elevaba Meduseld, el palacio de oro del rey, pero no estaba hecho a partir de lingotes ni joyas, aunque a vista de todos brillaba como tal. Era su tejado, de sencilla paja, el que creaba aquella ilusión cuando los rayos del sol se estrellaban con furia en él. 

Todo cuanto rodeaba la capital eran vastas llanuras, ocres y hermosas, y llamaron más la atención de Aelya que cualquier otra cosa. Su rostro se iluminó un poco más al contemplar decenas de caballos corriendo en la distancia. 

— Son mearas, mi señora. —explicó Grimbold viajando a su lado— No son caballos corrientes, únicamente son domados por la familia real.

Sin darse cuenta, Aelya se desvió ligeramente del camino con su montura, asintiendo distraídamente a sus palabras.

La libertad que desprendían era atrayente. Miró hacia abajo, y una mueca arrugó su nariz. Seguramente el caballo que cargaba con ella desde el Abismo de Helm añoraba aquella libertad, libre de jinete y ataduras. Su expresión se frunció un poco más al imaginar a alguien utilizando su cuerpo alado como una. Sin duda no soportaría a un jinete a su espalda, lo lanzaría por los aires antes de denigrarse de aquella forma. Se estiró hacia la cabeza del caballo, acariciando su cuello en el proceso.

— Si fuera por mí os dejaría libre, os lo aseguro. —el animal relinchó— ¿De verdad? No os creo. —Aelya soltó una pequeña risa cuando volvió a responderle, esta vez agitando también su larga melena rubia— Entiendo.

— Mami, ¿puedo hablar yo también con los animales? —soltó una niña, entre la multitud que todavía seguía en el camino.

La madre la arrastró suavemente para que dejara de señalarla, pero su emoción no hizo más que crecer cuando Aelya le dirigió una sonrisa amable. Los ojos de la pequeña se agrandaron y, como si estuviera observando algo bello y efímero, se olvidó de parpadear. A los pocos segundos tuvo que resignarse a seguir los pasos de su madre y, a desgraciadamente, apartar la vista.

Aelya saltó fuera de la montura ágilmente.

— Quizás no queráis abandonar la vida que tenéis. —dijo, empezando a desprender las correas— Seguramente sea muy cómoda, no lo dudo. —el caballo asintió con fuerza— Pero... ¿Qué me decís de una carrera? Sin silla, sin riendas, ni jinete. —antes de lograr recibir la contestación del animal, una figura se colocó al otro lado del corcel, sobresaltándola— Capitán. —suspiró, retirando la mano que por la sorpresa había llevado a su pecho.

LA HEREDERA DE LOS CAÍDOS ⎯⎯ ᴇᴏᴍᴇʀDonde viven las historias. Descúbrelo ahora