Capítulo IV

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Aelya mantuvo la desafiante mirada de Éomer sin vacilar, más preocupada por no mostrar sus flaquezas que por las propias heridas que la estaban deteriorando

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Aelya mantuvo la desafiante mirada de Éomer sin vacilar, más preocupada por no mostrar sus flaquezas que por las propias heridas que la estaban deteriorando. Al menos, él sí fue consciente de estas mismas cuando la sangre comenzó a deslizarse por las costuras del vestido.

— Estáis herida. —acortó la distancia, y el tintineo de su armadura inundó la habitación. Cuando puso una mano sobre su hombro, intentando destapar la herida, recibió tal manotazo que lo regresó un paso atrás— Dejad de ser tan... —apretó los dientes, conteniendo así sus blasfemias.

— Me encuentro perfectamente. —Aelya lo rodeó con irritación, apresurándose hacia la salida.

— ¿Fue un orco o un uruk-hai? —La pregunta de Éomer hizo que su mano se detuviera en el picaporte y, por encima del hombro herido, lo observó con desconfianza— Las saetas de las perversas creaciones de Saruman portan siempre un veneno letal. —respondió más calmo, escudriñando su palidez y su ojeroso rostro. Aelya no se movió al verlo acercarse, pues ahora su mente la aterrorizaba con la idea de la muerte— ¿Me permitís? —cuestionó esta vez con buenos modales, indicando con la vista la herida. 

Aelya inspiró profundamente antes de asentir y, cuando los ásperos dedos de Éomer rozaron su hombro desnudo, reparó en que era la primera vez que su cuerpo era rozado por un hombre. Las rubias cejas de Éomer se arrugaron al destapar la herida. Brotaba sangre imparablemente, roja y viva, no obstante, alrededor de la pálida y pecosa piel de Aelya, crecían unas negruzcas venas que comenzaban a extenderse bajo sus ropas.

— Vuestro rostro no augura nada bueno. —murmuró con la mirada estancada en él, absorbida por su expresión.

Éomer colocó de nuevo el pobre vendaje en su piel, sin musitar palabra. Cuando encontró los ambarinos orbes de Aelya, se permitió titubear.


— Puedo subir sola, gracias. —ironizó, rechazando la ayuda de Éomer.

Él se apartó, rodando sus ojos con hastío y, entre quejidos, Aelya consiguió subir a duras penas al corcel. Lo observó desde arriba tras atrapar las riendas, sintiéndose superior por tan pequeña hazaña.

LA HEREDERA DE LOS CAÍDOS ⎯⎯ ᴇᴏᴍᴇʀDonde viven las historias. Descúbrelo ahora