Capítulo VI

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Éomer desenvainó la espada en el cinto, dejando finalmente relucir su armadura carmesí con el emblema de Rohan

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Éomer desenvainó la espada en el cinto, dejando finalmente relucir su armadura carmesí con el emblema de Rohan. Estuvo a punto de lanzarse a la batalla con un rugido, cuando recordó que todavía la sostenía a ella por el brazo.

— Huid. —ordenó, ceñudo— Tomad un caballo y regresad al fuerte.

Partió colina abajo, sin más miramientos, dejando a Aelya helada ante aquella atroz imagen que comenzaba a escupir fuego sobre las chozas. Los ensordecedores gritos de los aldeanos la estremecieron, y al visualizar como el resto de rohirrim que la habían acompañado aquella mañana, partía también con el mismo fervor que Éomer a la batalla, no pudo más que sentirse inútil. Era el fruto podrido de un gran árbol de guerreros, hija de Grimbeorn, el cambiapieles más respetado de su pueblo, el más temible, el más justo. 

Experimentó una visión de sí misma en aquel instante, como si pudiera verse en la lejanía, petrificada ante la guerra. La batalla corría por su sangre, la valentía y la ferocidad de un cambiapiel le latía en el pecho. Era nieta de Beorn, el gran oso negro que luchó en la batalla de los Cinco Ejércitos. Respiró hondo, con un peculiar refulgir en sus orbes.

— Soy Aelya... —murmuró, caminando con rapidez hasta lo más alto de la colina— Y, maldita sea, soy valiente. 

No le dejó tiempo a su cuerpo para transformarse en tierra, pues se lanzó al abismo de la escarpada pendiente. El aire le revolvió el cabello al caer de tan altura, mas antes de que sus huesos rompieran contra el suelo, unas gigantes alas la elevaron con furia. La euforia la embriagó, la adrenalina, y ni tan siquiera se percató de que su cuerpo estaba todavía adolorido por las heridas.

Desde los cielos pudo ver como ambos bandos se estrellaban en una lucha desequilibrada. Los orcos se contaban por decenas y, los rohirrim, aunque impartían una ferocidad impropia de un mortal corriente, no eran en número comparable a sus enemigos. Aquella imagen le recordó a la misma que había presenciado días atrás, en una tierra pantanosa donde nada hizo para inclinar la balanza hacia el bien. 

Su ancha garganta, cubierta por un plumaje cobrizo como su propio cabello, emitió un atronador chillido. Todo aquel que alcanzó a oírla se detuvo, aterrado ante la imagen de un águila mayor en tamaño incluso que un corcel. 

LA HEREDERA DE LOS CAÍDOS ⎯⎯ ᴇᴏᴍᴇʀWhere stories live. Discover now