1. Mientras la tuviera cerca.

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Aquella era la primera vez que veía el cielo desde el día de su partida. Al salir del auto, mientras Jung Jihoon, mi editor, abría el maletero, me atreví a alzar la mirada y me topé con un cielo tan azul que se me acongojó el corazón. Como me sucedía desde hacía un tiempo, las lágrimas asaltaron mis ojos y se escurrieron a través de mis mejillas. Consternado, me palpé el rostro y observé las gotitas saladas en las yemas de mis dedos.

Jihoon, que cargaba las maletas, me dedicó una mirada compasiva.

—Lo siento —musité.

Jihoon negó con la cabeza, sacó un pañuelo del bolsillo de su gabardina y me secó los dedos humedecidos. Luego lo dejó en la palma de mi mano.

—Es un paisaje hermoso, es inevitable conmoverse —dijo.

Asentí con la cabeza y me limpié las lágrimas. Después de sorberme la nariz, me recorrió un suave escalofrío. Estábamos a finales de septiembre y las temperaturas comenzaban a bajar. En especial en medio del bosque, donde siempre corría un viento fresco y la vasta vegetación disfrutaba de comerse cualquier indicio de calor.

Jihoon, ya en la entrada de la casa, me hizo una seña de que lo siguiera.

—De verdad es una casa alemana —comenté, asombrado.

Jihoon dejó las maletas en el suelo y sonrió mientras introducía las llaves en la cerradura.

—Mi abuelo era bastante arisco en cierto sentido. No quiso construir junto a los demás.

—Yo habría hecho lo mismo.

Jihoon no respondió. Se guardó las llaves en el bolsillo y empujó la puerta.

—Entra, es toda tuya.

Luego de quitarme las botas, me adentré al que sería mi hogar durante tiempo indefinido. Inspiré hondo, olía a limpio. Jihoon había contratado un servicio de limpieza con anterioridad, así que seguro se debía a eso. Observé maravillado el estilo rústico del interior. Me quité el abrigo y lo colgué en el perchero vacío.

Jihoon depositó las maletas al lado del sofá y exhaló un suspiro.

—Me trae muchos recuerdos estar aquí —reconoció mientras echaba un vistazo a su alrededor.

—¿Venías a menudo? —le pregunté y tomé asiento. La clara luz de la mañana inundaba la casa entera a través de las amplias ventanas.

Jihoon asintió con la mirada clavada en el ventanal de la sala que daba hacia el patio.

—Cada verano, hasta que fui a la universidad, me enlisté y acabé en la editorial. La última vez que vi a mi abuelo fue en mi boda. —Permaneció un momento en silencio—. Pero pasamos un tiempo increíble en familia. Jamás dudamos del cariño que nos teníamos, aunque estuviéramos una temporada alejados.

Aquello me llegó como una lanza al pecho. Enmudecí mientras trataba de aminorar la creciente sensación. Sabía que no lo había dicho con intención. No tenía porqué tomarlo para mí. Respiré hondo. Jihoon pareció darse cuenta y abrió los ojos en grande, asustado.

—Lo siento, no quería...

—No te preocupes —dije y negué con las manos. Intenté sonreír, pero acabé formando una línea recta con los labios—. Estabas compartiendo tu experiencia. No tenía nada que ver conmigo.

Después de eso, Jihoon no dijo nada más. Se fue a la cocina a preparar algo para los dos. Mientras tanto, fui a la única habitación de la casa y dejé mi equipaje a los pies de un gran armario de roble. Acordoné las cortinas de tul de la ventana junto a la cama y la abrí de par en par. Posé las manos en el alféizar y aspiré el aroma a bosque acarreado por el viento. Si me esforzaba lo suficiente, podía percibir también el olor a mar. Era el encanto de estar en una isla.

ELLA YA NO ESTÁWhere stories live. Discover now