14. Arropados por una noche silenciosa.

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Me habría gustado que ahí acabara todo. Que un beso bastara para hacernos acreedores de un final feliz. Si ese hubiera sido el final, si el telón se hubiera bajado después de que el protagonista besa al coprotagonista, esta habría sido una historia memorable, digna de aplausos y de funciones agotadas. Pero en la realidad, los capítulos siguen hasta que la tinta de la vida se agota y los ojos se cubren de negrura y la negrura se convierte en el vacío.

Besé a Sunghoon a mitad de la noche, en medio de un desvarío. Y cuando sus labios tocaron los míos, mis sentidos desfigurados volvieron a su lugar. La luz volvió a ser brillante, el sonido recuperó sus matices y las voces que me reventaban los tímpanos se callaron de súbito. A partir de entonces mis recuerdos adquieren una claridad inexplicable. Está grabado en mi memoria su sabor a vino, el aroma fresco de los árboles, el rumor lejano del mar, el roce de sus mejillas con las mías y el toque nervioso de mis manos en su rostro.

Mi nombre se escapó de su boca en un hilo de voz que no llegó a ser susurro y, como fuego artificial, se ramificó en un montón de intenciones que descifré en silencio: me llamaba, me invitaba, pedía ayuda, exhalaba su último aliento. Me tomó por el mentón y volvió a besarme. Fue entonces que, por primera vez, supe lo que era estar hambriento. Había pasado tanto tiempo sin saber que me moría de inanición que de pronto me encontré siendo alguien que no era. Me descubrí siguiéndolo al interior de su casa mientras mis dedos desabotonaban su camisa y los suyos se encargaban de atraerme e impedir cualquier intento de fuga.

Sunghoon se olvidó de cerrar la puerta y yo ni siquiera advertí el paisaje enmarcado en la ventana. Hicimos el amor en el sofá. Su piel era tal y cómo creía que sería: aterciopelada, perfumada, sensible a la mía. Sus ojos, dos pedazos de cielo estrellado, veían con atención cada uno de mis movimientos, como si temieran despertar de un largo sueño. Su cabello negro descansaba detrás de sus orejas y me rozaba las mejillas al explorar su cuello. A susurros entrecortados, Sunghoon me recitó el instructivo para amar a un hombre. El preámbulo era más largo, había que usar más la boca y, al menos por esa vez, había que olvidarse de cualquier acto de rudeza. Era un amor de instintos animales, de gemidos roncos, de miradas encontradas y de una infinita complicidad. Si los hombres en verdad se amaban así, no podía saberlo, y solo la experiencia de años futuros me haría darle la razón.

Nos llamamos tantas veces y de tantas formas que en algún punto nuestros nombres se deformaron y perdieron el sentido. Entonces fuimos solo él y yo. Y yo era él. Y él era yo. Y lo veía entreabrir los labios y entrecerrar los ojos y en cada una de sus reacciones reconocía la acción. Y yo era el efecto y él era la causa.

Luego se desvaneció. Lo vi hacerse nada entre mis brazos. Recuerdo su pecho manchado de nosotros. Su corazón que arrullaba mis oídos. Sus manos que me dibujaban sueños. La noche era silenciosa y el viento otoñal acariciaba el bosque. Dormimos lado a lado y temí que ese fuera nuestro inevitable final. Soñé que cortaba flores del tiempo en un vasto jardín. Al despertar, no encontré rastros de perlas heladas. Pero él estaba ahí. Y eso fue suficiente.

[...]

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⏰ Last updated: May 14 ⏰

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