5. La segunda muerte de Seori.

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Ella tenía dieciocho en ese entonces. Yo había cumplido los diecisiete hacía tan solo unos días. Estábamos en la sala de espera de una clínica de ginecología. Llevábamos ahí unos veinte minutos junto a una embarazada que leía una revista en silencio y una madre con su hija adolescente que charlaban de trivialidades. Aparte del sonido de sus voces, lo único que se escuchaba era el intenso tecleo de la secretaria detrás de la computadora y el casi imperceptible tictac del reloj.

Seori me tomaba de la mano con fuerza y miraba un punto fijo sin pronunciar palabra. Noté también el incesante movimiento de su pie. Cuando eso sucedía, solía colocar suavemente la palma de la mano en su pierna, entonces, ella paraba y me contaba lo que la tenía tan nerviosa. Sin embargo, esa vez fingí no darme cuenta. Había dado por hecho que se trataba del miedo de un posible embarazo. Los dos estábamos en la misma situación. Ya hacían tres meses desde su última menstruación. Seori siempre había sido irregular, pero no se preocupó de ello sino hasta iniciar su vida sexual. En aquel entonces, no sabía mucho de mujeres, más allá de lo que leía en los libros, así que mi único deseo era que no se tratara de un bebé.

Una mujer joven salió del consultorio, pagó su importe en el mostrador y se fue.

—Yoon Seori —dijo la secretaria con voz monótona.

Me puse de pie primero y la insté a hacer lo mismo. Ella me miró a los ojos durante un instante, como preguntándome si estaba listo para lo que sea que nos fueran a decir ahí adentro. Yo asentí con la cabeza y di un pequeño apretón en su mano. Seori no necesitó más.

La ginecóloga, una mujer de unos treinta años, nos examinó de arriba a abajo desde el momento en que entramos al consultorio hasta que tomamos asiento frente a su escritorio.

—¿Y tus padres? —preguntó la ginecóloga.

—Soy mayor de edad —dijo Seori en voz baja.

La ginecóloga tecleó algo en su computador, me miró fijamente y luego se volvió hacia Seori.

—¿Estás cómoda con que tu novio permanezca en la consulta o prefieres que espere afuera? La decisión es tuya.

Seori me dedicó una mirada avergonzada. Pareció dudar durante unos instantes.

—Yongsik, ¿puedes esperarme afuera?

Después de desearle suerte, regresé a la sala de espera. Me quedé observando al blanco techo mientras rezaba para que no se tratara de un bebé. Éramos jóvenes, no estábamos listos para formar una familia. Ella recién había entrado a la universidad y yo haría lo mismo dentro de un año. Nuestros padres enfurecerían si sospecharan siquiera que nos habíamos acostado. Principalmente los de Seori.

Treinta minutos después, Seori salió de consulta. Estaba pálida, como un fantasma. La tomé de la mano, pagué el importe con la secretaria y nos fuimos de ahí. Llegamos a un parque a unas cuadras de la clínica y compré helados a ver si así nos mejoraba el ánimo. Pero nuestra preocupación no hizo más que acrecentarse cuando me contó lo que le había dicho la ginecóloga. No había bebé, pero algo en sus ovarios no estaba funcionando y requería verla otra vez para hacer más estudios.

Una semana más tarde, confirmamos nuestras sospechas: Seori era infértil. A mi parecer, esa fue, sin lugar a dudas, otra de sus incontables muertes.

[...]

ELLA YA NO ESTÁWhere stories live. Discover now