9. Desde la orilla del precipicio.

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Desperté poco después del mediodía. Al abrir los ojos, me topé con el resplandor de la mañana que se colaba por las ventanas abiertas. Hice las mantas a un lado y me incorporé con dificultad. Sentía como si hubiera dormido por años. Ya no había cansancio en mi cuerpo, pero si un molesto entumecimiento. En la mesa, frente al portátil y con audífonos puestos, estaba Sunghoon hablando en un perfecto español e inglés. De alguna manera, me resultó tranquilizador verlo nada más despertar. Él pareció advertir que lo miraba y sonrió en mi dirección. Luego se volvió a lo que supuse que era una videollamada. Por lo que entendía en inglés, estaba fungiendo como traductor en algo relacionado a negocios.

Fui al baño en silencio para no molestarlo. Al verme en el espejo, comprobé que mi aspecto seguía siendo casi el mismo. La única diferencia notable era que mi piel había recuperado un poco de color, probablemente gracias a las largas horas de sueño. Me lavé el rostro y me enjuagué la boca con abundante agua a falta de cepillo de dientes. Apenas volví a la sala, Sunghoon me recibió con un cálido saludo. Ya no llevaba los audífonos y el portátil estaba cerrado encima de la mesa.

—¿Estabas trabajando? —le pregunté.

—Si, pero ya acabé. ¿Dormiste bien?

Asentí con la cabeza. Sunghoon señaló el pijama recién lavado que yacía sobre la mesa del centro.

—Me desperté muy temprano y me dio por ponerme a lavar —dijo Sunghoon—. También cociné, ¿quieres almorzar?

Le di las gracias, pero me negué con amabilidad.

—En realidad, ya debería irme. Creo que te causé suficientes molestias.

Sunghoon me miró confundido.

—Somos amigos, ¿cómo podrías molestarme?

No respondí. Más bien, no fui capaz. Permanecí de pie, quieto, observándolo, como si se tratara de un fantasma del pasado. «Amigos». La palabra rozó la punta de mi lengua, igual que un niño cauteloso mete el pie al río. Y una vez que comprobó que el agua era cálida y la tierra firme y poco honda, se adentró de lleno en ella. En los archivos de mi memoria no existía un rostro a quien le hubiera podido adjudicar el título. Si existía, entonces tal vez no se lo merecía.

—De hecho, pensaba acompañarte a casa —dijo Sunghoon antes de que mi silencio se volviera incómodo—. A ver si así consigo que me devuelvas mi termo.

Abrí los ojos en grande y me disculpé con sinceridad. Sunghoon soltó una risita.

—No te preocupes, no es para tanto. En lo que sí pongo especial atención es en mis libros —bromeó. Aunque supe que lo último lo decía en serio.

Sunghoon tomó su abrigo antes de que saliéramos y se burló de mí por ir en pijama. Afuera el viento fresco nos revolvía los cabellos y el olor a mar nos acariciaba la punta de la nariz.

—Estamos en medio de la nada. Podría andar desnudo y nadie se daría cuenta —me defendí. Luego me resultó gracioso el contraste entre su atuendo elegante y el mío y reí sin querer.

—Si andas desnudo te podría picar algo —dijo Sunghoon.

Y como si lo hubiera invocado, una avispa pasó revoloteando frente a nosotros. Me frené en seco al verla, pero la avispa se fue de largo. Suspiré aliviado una vez que estuvo lejos. Sunghoon, que ni se había inmutado y había continuado caminando, se volvió hacia atrás para mirarme.

—¿Te dan miedo los insectos? —preguntó.

Asentí con la cabeza y retomamos la caminata.

—Solo los que vuelan y pican.

ELLA YA NO ESTÁWhere stories live. Discover now