4. El peso de las expectativas.

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Aquel hombre y yo nos miramos fijamente durante un rato. Yo, con la respiración agitada por el susto, aún no era capaz de recomponerme, ni de ponerme de pie. Él parecía temeroso de hacer algún movimiento en falso. En sus ojos avisté una genuina preocupación. Sus largos cabellos, mecidos por el viento, se colaban en sus mejillas y se arremolinaban encima de su frente. Una bandada de pájaros surcó el cielo y sus graznidos me hicieron volver por un segundo a la realidad.

—Kang Sunghoon... —susurré para mí mismo. O eso creí, porque de súbito la expresión del hombre cambió a una de sorpresa.

—¿Cómo sabes mi nombre? —dijo él.

Ignoré su pregunta y me levanté como pude. Luego de sacudirme el polvo del pantalón, tomé las bolsas y comencé a guardar los víveres esparcidos por el suelo. Al alzar la mirada, descubrí que Kang Sunghoon recogía algunas cosas por su cuenta. Kang Sunghoon advirtió que lo observaba e hizo ademán de darme lo que había recogido. Abrí la bolsa y depositó todo con sumo cuidado.

—Gracias —dije en voz baja.

Kang Sunghoon metió las manos en los bolsillos de su gabardina y me examinó con curiosidad.

—No respondiste mi pregunta.

—¿Cuál?

—¿Cómo sabes mi nombre? —repitió con más seriedad de la que esperé.

Me tomé unos momentos para pensar en mi respuesta. Supuse que, al estar rodeado de tanto misterio y rumores, estaba justificado su interés. Decidí ser sincero.

—Ayer me desmayé en medio del bosque y aparecí en casa. Investigué por mi cuenta la identidad de las personas que viven por esta zona y Kang Sunghoon fue el único nombre que encontré. Además —Señalé sus zapatos—, eso fue lo último que vi.

Kang Sunghoon observó sus zapatos como si intentara adivinar algo especial en ellos. Se retiró el flequillo de la frente con la mano, pero una ráfaga de viento se lo volvió a desacomodar. Suspiró.

—Me alivia saber que fue por esa razón y no por cualquier otra —dijo.

—¿Cómo cuál?

Kang Sunghoon negó con la cabeza.

—No tiene importancia —aseguró. Y añadió—: Disculpa por asustarte, no era mi intención.

—Me llevé un susto, pero fue mejor que sufrir una posible intoxicación —lo tranquilicé.

Kang Sunghoon se volvió hacia el árbol y dio un vistazo al racimo de hongos.

—Hay muchas setas venenosas que se confunden fácilmente con las comestibles. Deberías tener cuidado.

Formé una mueca con los labios.

—¿Y cómo sé si son comestibles? —Oí mi estómago rugir. Al parecer Sunghoon también lo escuchó—. Pensaba hacer un estofado con hongos.

Sunghoon soltó una risita.

—Tengo un libro sobre el tema. Puedo prestártelo, pero tienes que venir por él.

Alcé los brazos para mostrarle las bolsas.

—Debo llevar esto a casa justo ahora.

—Puedes venir en un rato —dijo Sunghoon y sonrió. Extendió la mano y señaló el fondo del bosque—. Ve al acantilado, gira a la derecha y camina hasta que encuentres una cabaña. Ahí vivo yo. Si llegas antes de las ocho, podrías probar mi receta de pay de calabaza.

En casa, mientras acomodaba las compras en la alacena, pensé en sus palabras. Tal vez en pueblos como este fuera normal invitar a extraños a cenar. O tal vez Kang Sunghoon simplemente fuera raro. Aunque seguía pareciéndome contradictoria su actitud desconfiada del principio con su propuesta. El estómago volvió a pedirme comida en cuanto me disponía a encender el portátil. Me preparé un té de ginseng y un sándwich de jamón y me los comí en tanto buscaba el documento donde escribía la novela. Di un recorrido rápido por las doscientas páginas que había escrito hace más de un año. Me faltaba el clímax y el final. Le di un sorbo al té mientras hacía memoria del hilo de la historia. Luego me situé en la última página del documento y traté de idear una oración cualquiera que me sirviera de detonador. No importaba su calidad, lo único que necesitaba era iniciar. Después podría ocuparme de corregir lo que sobrara.

ELLA YA NO ESTÁDonde viven las historias. Descúbrelo ahora