11. La verdad contenida en los latidos de su corazón.

97 11 9
                                    


La respuesta llegó a mí por la tarde, cuando me enfrentaba al dilema de conservar el capítulo que todavía no sabía quién había escrito. A mediodía había recibido un correo de Jihoon preguntando por mis avances. Podía enviarle el capítulo, claro estaba, pero me llevaría un interrogatorio sobre su contenido. Redacté una contestación ambigua a propósito: «Escribí algo, pero aún tengo que editarlo». Jihoon pareció darse por satisfecho, porque no respondió de vuelta.

Sunghoon tocó el timbre mientras yo estaba entregado a la tarea de releer la novela, a ver si así daba con la manera de continuarla. Al abrir la puerta, lo encontré agitado, con los pliegos de papel entre las manos. Su cabello alborotado hacía evidente que había venido aquí nada más leer la carta. Nos quedamos de pie, frente a frente, viéndonos las caras en silencio. Yo esperaba que no hiciera preguntas y él parecía demasiado consternado como para decir cualquier cosa. Y no dijo nada. En cambio, me envolvió en un abrazo. Su respuesta fue tan efusiva, tan repentina y tan genuina que deseché al instante la idea de colocar una barrera entre nosotros. Sin embargo, fui incapaz de corresponderle. Mis brazos se quedaron flácidos y no posé el mentón en el hueco de su hombro. Pero, como menos, pude respirar aliviado. Eso pareció bastarle a Sunghoon, que se separó y dejó ver la timidez reflejada en sus mejillas.

Lo invité a pasar antes de que se nos atravesara la incomodidad. Sunghoon guardó los pliegos en el bolsillo del abrigo y asintió con la cabeza. Luego me siguió por detrás. Lo invité a sentarse en la sala y le ofrecí algo de beber. Pidió un café. Encendí la cafetera y cerré el portátil de una vez por todas.

—¿Estabas trabajando en la novela? —preguntó Sunghoon. Noté que veía de reojo las fotos que hacía unos días había decidido colocar sobre uno de los muebles caoba. Eran fotos con mi familia, otras de algunos premios y unas cuantas con Seori.

—Algo así —respondí con las manos apoyadas en la barra. Observé también las fotos y Sunghoon pareció entender que le había dado permiso para dejar el disimulo a un lado. Se puso de pie y tomó uno de los marcos entre sus manos. Lo escudriñó durante varios segundos, como si estuviera viendo el recuerdo frente a sus ojos.

—¿Cuántos años tenían aquí? —dijo y me mostró la fotografía. En ella, estábamos Seori y yo frente al palacio Gyeongbokgung, durante una visita en conjunto de nuestras familias.

—Ella tenía dieciséis, yo tenía quince. Todavía no éramos novios en aquel entonces.

Sunghoon devolvió el marco a su lugar con la delicadeza con la que siempre ejecutaba todo.

—Ni siquiera lo imaginaban, supongo.

Lo reflexioné un instante.

—Yo sí —confesé—. Ya empezaba a gustarme, así que no lo veía como una posibilidad lejana.

Sunghoon tomó asiento en los banquitos de la barra. Me alejé unos centímetros como acto reflejo; lo hacía sin pensar ante la cercanía de cualquier persona. Sunghoon no pareció verlo como algo malo y eso me alivió.

—Yo conocí a mi esposa... —Negó con la cabeza—, quiero decir, mi exesposa —se corrigió a sí mismo y percibí cierta aflicción en su voz— cuando tenía veintiséis.

—¿Veintiséis? —pregunté, asombrado—. ¿Cuántos años tienes?

Sunghoon pareció avergonzarse y soltó una risilla nerviosa.

—Cumplí los treinta hace dos meses. ¿No los aparento?

—Pensé que éramos de la misma edad. Es decir, que tenías veintiocho.

Sunghoon rio.

—Me halagas. Aunque... —Me miró con los ojos entornados—, ¿no deberías llamarme hyung?

ELLA YA NO ESTÁWhere stories live. Discover now