8. Una brillante luna llena.

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No pude volver a dormir con normalidad. Lograba conciliar el sueño por la noche, pero despertaba agitado a causa de horribles pesadillas. En ellas, una y otra vez, perdía a Seori. Así que, pasaba las madrugadas leyendo en cama o viendo alguna película. En ocasiones se me ocurría aprovechar el tiempo para avanzar en la novela. Pero nada más ponerme frente al ordenador, mi mente se ponía en blanco. Por las mañanas iba a hacer la compra o me tomaba una cerveza en la taberna. Hyunwoo volvió, aunque no dio explicaciones de su desaparición y yo tampoco se las pedí. Sin embargo, no pude evitar notar que Youngho parecía cada vez más retraído en sí mismo. A Kang Sunghoon me lo topaba a menudo en el supermercado, siempre rodeado de amas de casa sonrojadas. Me saludaba con una sonrisa cuando me atrapaba mirándolo, pero no intercambiamos palabra.

Llegué a mi límite la séptima noche. Soñé con Seori, como ya esperaba. Yo paseaba por el bosque, buscando algo que no sabía a ciencia cierta qué era. Lo único que tenía claro era que debía encontrarlo. Entonces, me topé a Seori. Llevaba un vestido azul, como los que usaba cuando íbamos de picnic. Estaba sentada en las raíces sobresalientes de un árbol mientras tarareaba una canción. La llamé en voz alta, pero ella no volteó a verme. Sin embargo, cuando hice ademán de acercarme, se puso de pie y comenzó a andar en dirección contraria a la mía. Apresuré el paso en la medida de lo posible, pues mis pies parecían más pesados de lo normal, y continúe llamándola. La seguí hasta el acantilado. La vi acercarse hacia la orilla y le grité que se detuviera. Ella se giró al fin. Me horrorice al notar que sus ojos estaban vacíos, sin pupilas, sin iris, nada más que una blanca e infinita esclerótica. Mi reacción pareció asustarla y supuse que saltaría. Corrí lo más rápido que pude para detenerla, pero fue en vano. Se lanzó al vacío sin más. Lo último que escuché fue el sonido de su cuerpo crujiendo contra las piedras.

Desperté llorando y con los nervios de punta. Recordaba la pesadilla como si la hubiera vivido en la realidad. Me cubrí el rostro con las manos y lloré inconsolablemente. En momentos como ese, habría estrechado el relicario contra mi pecho y tal vez habría sentido algo de alivio. Pero no estaba. Lo único que tenía era una casa que no me pertenecía, un espacio vacío en la cama, una novela que terminar y un corazón partido a la mitad.

Como hacía unos días, permanecer solo me resultó insoportable y acabé saliendo. Mi idea original era quedarme sentado en la entrada de la casa, pero mis pies, como movidos por una fuerza ajena, me hicieron adentrarme en el bosque. En definitiva, no era el mejor sitio para visitar a esa hora de la madrugada. La luz de la luna apenas penetraba entre las frondosas copas de los árboles y los cantos de los animales nocturnos poseían una resonancia tenebrosa. Por si fuera poco, no llevaba una linterna y el frío comenzaba a penetrar la fina tela de mi pijama. Miré hacia atrás, pero me pareció imposible determinar si ese realmente era el camino de regreso. Sentía como si mi cuerpo se hubiera fundido con la oscuridad y ahora no existiera adelante, atrás, arriba o abajo. Solo era un cúmulo de algo moviéndose en la nada.

Mis pies me llevaron hasta la orilla del acantilado, donde había visto a Seori en sueños. Miré hacia abajo y pensé en que si daba un solo paso más, caería indudablemente. La idea de hacerlo me tentó. Así podría acabar con todo. Sería tan fácil como relajar el cuerpo y dejar que la gravedad actuara sobre él. Sin embargo, alcé la mirada y me topé con los rayos inmaculados de una brillante luna llena. Su luz acarició cada rincón de mi rostro, como si acunara mis mejillas y me invitara a verla sin moverme. Lo hice. Extendí los brazos a los lados y sentí el viento marino rozarme los costados. Escuché el rumor de las olas. Permanecí así un rato, pendiendo de un hilo. Si perdía el equilibrio, aunque fuera por un segundo, no habría más novela, ni cama vacía, ni vida.

Las lágrimas no tardaron en arremolinarse en mis ojos, pero antes de que pudiera derramarlas, escuché a alguien llamarme. La voz de ese alguien me hizo sobresaltar y darme cuenta del lugar en donde estaba. De súbito sentí todo el terror de estar tan cerca de la orilla y me lancé hacia atrás por inercia. Me quedé recostado en la hierba húmeda por el sereno mientras trataba de acompasar mi respiración. Observaba la luna en lo alto del cielo, hasta que un rostro conocido ocupó su lugar.

ELLA YA NO ESTÁDonde viven las historias. Descúbrelo ahora