11 - Escribamos una canción

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Mercy

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Mercy

El paso de una semana llevó a la mejora de todo; el ánimo de Mason retornó a la normalidad, y con eso también el mío. De un día a otro, volvió a ser la misma persona que conocí hace siete años: cercana a todos, involucrada en todas aquellas cosas en las cuales podía involucrarse; risueña, juguetona y creativa, justo el tipo de persona que hace felices a muchos. También de un día a otro, volvió a ser la persona a la cual extrañaba en mi adolescencia: Ha estado junto a mí más tiempo que antes, sin mostrarse tenso o molesto como antes lo hacía sentir. Se ve tranquilo mientras habla conmigo, e incluso parece que simplemente tiene ganas de hacerlo, que de verdad se esfuerza por volver a ser mi amigo.

Y yo no sé cómo me hace sentir eso.

Es... extraño. Al mismo tiempo que se siente correcto, es incómodo. Es sospechoso, principalmente; parece no haber segundas intenciones, pero también parece que quiere algo más que solamente hablar conmigo, y no sé qué es, pero espero que sea dinero; espero que esa mirada tierna y esa sonrisa amplia no signifiquen nada. Pero parecen hacerlo, y me aterra.

Aún así, trato de nunca mostrar esa tensión; no me permito arruinar las cosas de nuevo, porque noto algo en todo esto que me alegra: Ahora que Mason es más cercano a mí, sus relaciones con el resto del grupo parecen ser también más estrechas; hay más anécdotas, hay más risas, hay muchas más sesiones de videojuegos a pesar de que nuestros tiempos son apretados.

Y me siento más incluida de lo que me había sentido desde que empezó la banda.

Al final, una sola semana y la actitud rara de Mason resultan ser la solución a muchas cosas, y lo agradezco cuando el chico se queda de pie en frente de mí después de que yo bajara de la van. Me siento ligera al verlo, y aún más al ver que él ya sostiene mi mochila. Uno de los pines está siendo sujetado por sus manos, casi se pierde entre su piel oscura, y no me molesta en lo absoluto.

—¿Se está cayendo? —Le pregunto, extendiendo mi mano hacia la mochila, aún sin tomarla, esperando a la respuesta.

—No, solamente me gusta —responde él, soltando la pequeña pieza de metal, y luego acercando mi propia mochila hacia mí. Sonrío mientras la tomo, y luego me doy un cuarto de vuelta, rodeando la van para llegar a la cajuela. Me abro paso entre todos para tomar mi maleta, morada como mi mochila y mi pelo; luego regreso con el muchacho, que no se movió de la entrada de la van.

—¿Qué haces aquí? —cuestiono, levantando la cabeza para poderlo mirar a los ojos, mientras que él la agacha justo para hacer lo mismo conmigo.

—Solamente te espero.

Mi corazón se salta un latido; allí está, la sospecha, la incomodidad. ¿Qué exactamente quiere?

Una vez respiro y mi corazón vuelve a latir, mi cerebro ignora lo que me paralizó por un momento; intento recuperar el pensamiento, pero mi mente parece bloquearlo, como si hubiera una conclusión a la cual está desesperadamente intentando no llegar. Y podría ser verdad; hay algo en lo que no quiero pensar, algo que podría arruinarlo todo.

Un beso y nuestra canciónWhere stories live. Discover now