Capítulo 3

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La alarma insistía en sonar, pero mis ojos se negaban a abrirse. Con un esfuerzo considerable, logré liberarme de las sábanas y arrastrar mi cuerpo somnoliento hasta el baño. La ducha se extendió más allá de lo planeado, y tuve que apresurarme al vestirme, tropezando torpemente con la pata de la cama.

¡Oh, mierda!

Un quejido escapó de mis labios mientras me sobaba rápidamente la pierna, y rápidamente, comencé a vestirme. Un tentador aroma a pan tostado impregnaba la casa, un recordatorio culinario de lo que me estaba perdiendo al llegar tarde a la casa de mamá.

Me despedí de Inés, que estaba en la cocina, cuando un grito abrupto captó mi atención.

—¡Apresúrate, Emma! —vociferó Isaac desde el umbral de la puerta principal—. Tengo que ir a trabajar y no quiero llegar tarde por tu culpa.

Quedé estática por unos segundos; había olvidado por completo que Isaac se había ofrecido a llevarme a donde mi madre hoy.

Corrí hacia la calle justo cuando el rugido del motor del auto llenó el ambiente. Abrí la puerta del auto con el corazón acelerado. Era consciente de que este viaje podía ser incómodo, dada nuestra situación últimamente.

Estuvimos en silencio unos minutos mientras el ronroneo del motor se mezclaba con una canción melancólica que resonaba en la radio, añadiendo una capa de tristeza al aire cargado de tensiones.

—Emma, tenemos que hablar de esto —la mandíbula de Isaac se tensó, y sus palabras temblaban de nervios—. Estoy harto de nuestras peleas, y tus sospechas de que te soy infiel nos están consumiendo. ¿No puedes confiar un poco en mí?

Permanecí en silencio, observándolo. Sus ojos estaban vidriosos, pero mi corazón se mantenía indiferente. Suspiré con cansancio antes de responder.

—Isaac, ¿cómo no podría confiar en ti? —mi mirada reflejaba reproche mientras exhalaba un suspiro—. No es como si te hubiera visto engañándome con otras mujeres antes.

Un silencio tenso se instaló, y sus nudillos se blanquearon al apretar el volante con fuerza.

—No puedes simplemente superarlo —protestó mientras aceleraba el auto—. Fue solo un error, y te he pedido disculpas una y otra vez.

Mi corazón aceleró su ritmo al ver cómo Isaac incrementaba la velocidad, disfrutando de la sensación cuando le imploré que redujera la velocidad.

—¿Un error? —mi sonrisa era amarga—. Más de seis errores diferentes has cometido. ¿Cómo puedo olvidarlo si sigues engañándome con cualquier chica que se cruce en tu camino? Si pusiera frente a ti a una escoba con falda, estoy segura de que también me engañarías con ella.

Isaac aceleró aún más, deleitándose en mi súplica para que redujera la velocidad.

—Por eso estás haciendo todo esto, ¿verdad? Vas a salir con ese tipo para darme una lección —frenó bruscamente junto a la acera y se giró hacia mí—. Si no eres solo mía, no serás de nadie, y eso debería estar claro.

Su mano apretó mi rostro, casi aplastando mis mejillas y obligándome a encontrarme con sus ojos.

—Espero que lo entiendas bien —dijo soltando mi cara y acelerando el auto.

Mi corazón latía con fuerza, y mis manos temblaban. Los ojos me ardían mientras luchaba por contener las lágrimas, rezando para que mi madre no notara el tormento que acababa de experimentar. Abrí la puerta del auto, y antes de alejarme, Isaac dejó caer unas palabras.

—Te quiero, bonita —su voz era dulce, y su mirada parecía transmitir calidez. Me inquietaba su capacidad para cambiar sus emociones, o al menos para aparentarlo.

Así que bésame por última vezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora