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Mónica era una madrileña de mirada rasgada. «La Chinita», la llamaban en su colegio por esos ojos entornados que bien pronto empezó a clavar como chinchetas sobre todo aquello que le rodeaba, inquisitiva y al tiempo aplicado. Fue el primer rasgo que le imprimió carácter, y sobre el que fue construyendo una personalidad espumeante, como si su papel en el mundo fuera ver lo que otros no eran capaces de percibir. De estudiante, decía, no era responsable ni rebelde. Siempre era demasiado ella. Era distinta. Por ejemplo: oía una música que el resto no escuchaba. Le gustaban otras películas y otro tipo de libros. Veía la vida de otra manera. Pero era una chica con un corazón enorme que se le quedaba corto en el pecho.

—¿Qué tal la cita ayer? —le preguntó Saray, mientras tecleaba en las hojas de cálculos de los libros de contabilidad.

—Interesante. Un tipo muy alejado de mis criterios, pero listo. Me dijo que quería crear una relación sólida y yo pensé que era una fanfarronada... No encontré mi sitio con él, porque lo que él hacía no era mi estilo. Así que me fui.

Saray levantó la mirada de sus quehaceres y la miró perpleja. Entonces, se dio cuenta que lo decía en broma y, que realmente, aquello era otra excusa irónica para expresar que no le había gustado el tipo.

—Es que vamos, no tiene sentido. Desde tu punto de vista, todo parece perfecto, él parecía perfecto, ¿no? —le preguntó Saray, curiosa.

—¿He dicho eso? ¿En qué momento? —seguía bromeando con las palabras—. Como mucho habré dicho que estaba de rechupete, que son conceptos totalmente distintos. Pero no había conexión.

—Lo sé, no hay mejor sentimiento en el mundo que conocer a un chico con el que realmente conectas.

—Y ¿cómo vas a saberlo, corazón? Si tú no sales de tu cueva.

Sarah echó la mirada a las últimas facturas de su negocio, tratando de disimular su disgusto por los comentarios de su amiga. Era cierto, no había salido con chicos, en un largo período de tiempo. Nadie. No podía averiguar qué creaba una conexión con alguien. Después de su situación con Orestes, no tuvo otra relación. Aunque la que tuve con él tampoco lo era.

—Solo recuerda que estás buscando una pareja, no un proyecto de ruptura. O tal vez, tengas otras cosas en tu vida, que están ocupando tu tiempo y atención. Como nuestro proyecto. Es válido que no quieras meterte con el primero con el que salgas.

—Salgo con muchos chicos, Saray, y lo sabes. Sí, me llevo estupendamente cuando pasamos el rato juntos, durante los encuentros, pero cuando la cita termina, cada uno se va a su casa. Y no me da pena alguna.

—Puede que simplemente no seas de la clase de mujeres que se comprometen con alguien —le dijo Saray—. No has tenido por mucho tiempo una relación formal y te has acostumbrado a estar sola. Amas tu independencia y ya está. Me parece bien.

—Sí, es cierto que no estoy dispuesta a resignar mi individualidad para estar en pareja, pero tampoco me apetece estar sola para siempre.

—Creo que no has encontrado al amor de tu vida y no estás lista para ver a dónde te lleva la relación. Sabes que algunos te gustan, pero no lo suficiente para un compromiso más serio. Sólo quieres mantener una relación casual. No pasa nada, cari, es muy normal —insistió Saray.

—¡Uf! Eso duele —Mónica hizo una mueca de disgusto y frunció el ceño.

—No les des un ultimátum rotundo, eso sólo los asustará. Al menos intenta conocerlos mejor, no sé, digo yo —Saray se atrevió a sugerir.

—Vale, muy bien, «Señorita gurú del Amor», evitas el tema de las relaciones como si fuera la peste y ahora me vienes a dar charlas de TED. En lugar de presentar ideas utópicas sobre el amor, podrías concertar tú una cita, ¿no? ¿Qué pasa, vas a estar siempre atada a esa cosa?

Combate de Amor | Terminada y completaWhere stories live. Discover now