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Saray estaba feliz, se sintió amada y protegida por Axel, y supo que había tomado la decisión correcta al hacer el amor con él. Axel, por su parte, se sintió afortunado y agradecido por tener a una mujer como Saray en su vida.

Después de hacer el amor por primera vez, ambos se abrazaron con fuerza, sintiendo cómo sus corazones latían al unísono. Ambos sabían que habían tomado una decisión importante y que su relación había dado un paso más hacia el futuro.

Al rato, se durmieron abrazados, extenuados, sintiendo cómo la felicidad y el amor los envolvían.

Él se despertó preocupado a las cinco de la tarde; ella seguía dormida. No supo si la razón de su sueño interrumpido fue el sonido de las gotas de lluvia impactando en su ventana, o la leve corriente de frío que corría sobre su pie destapado de las sábanas. Él solo supo que eran las 5 de la tarde y su reloj biológico lo indicaba, y la ventana que daba una iluminación gris lo pronosticaba.

Giró su cabeza unos 90º a su izquierda y la vio dormida. Eran muchas las veces que la observaba, pero nunca en dicho estado. A Axel le hubiera gustado verla así mientras veían una película en su sala, o esperándola cuando ella llegase del trabajo y se recostaría en su cama, o cuando ella terminara de darse un baño y se tendería en la tina llena de agua caliente, etc. Pero ella aún no había estado allí, así: dormida. Esta ocasión fue la especial para que miles de inquietudes invadieran su cabeza.

«¿Por qué ella estaba dormida a su lado? ¿Porque acababa de hacerle el amor por primera vez? ¿Por qué ahora eran novios?», se preguntó y respondió él inmediatamente. «Pero ¿qué tenía él que a ella le interesara?» Sí, era un hombre apuesto, lo sabía desde hacía mucho cuando miraba su reflejo en el espejo y lo corroboró en aquel instante cuando notó que su abdominales en forma de «six pack», su abdomen marcado resaltaba en su tronco con cada bocado de respiración que daba. Pero por lo demás, no era bueno con las mujeres, con las relaciones estables con los compromisos, mejor dicho.

«No es una chica superficial», se argumentó a sí mismo. Recordó que una de las infinitas cualidades que lo enamoró fue la sencillez de ella por apreciar a todos sin importar sus bellezas o fealdades.

Rozó con su pie descalzo las suaves piernas de ella. Esa conexión entre los resultados del tacto lo llevó a dirigir su mirada hacia su rostro, solo enfocándose en aquella superficie blanca y perfecta que decoraba todo en ella: su cara, su nariz, sus orejas. Con sus ojos recorría el camino conocido como piel desde su frente, bajando por su cuello y terminando en sus hombros que delimitaban con las sábanas.

No, él no necesitaba de la imaginación para saber qué escondían las sábanas. Él sabía exactamente cómo era ella tal cual Dios la envió a la Tierra, porque ella lo decidió. Él le hizo cosas que ella nunca se lo habría permitido a ningún otro hombre, porque ella lo decidió. Él estaba dentro de su corazón, porque ella lo decidió.

Pero la inquietud continuaba: ¿por qué? ¿por qué ella decidiría todo eso y más? Él ya sabía que no era una cuestión de atractivo físico, porque a ella eso no le importaba, tampoco por su forma agresiva de manejar las cosas, la cual por desgracia ella pudo asistir alguna que otra vez, y menos por su carácter exigente y ácido que muchas veces le contestó de malas maneras. Por ende, solo le quedaba él como persona.

Y tampoco estábamos hablando del mejor hombre que puso un pie en el planeta Tierra, que digamos.

Explicaciones no hacían falta: desde lanzar un ladrillo al parabrisas de un profesor que lo jaló en un curso hasta tirar al suelo la caja registradora de un puesto de comida en un centro comercial por el mero hecho de ser atendido fuera de tiempo. Ni qué decir de la ocasión que le reventó las cuatro llantas al 4x4 que se estacionó al frente de su casa sin su permiso.

Combate de Amor | Terminada y completaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora