18.

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Saray entró en casa dando un portazo. Su móvil no paraba de recibir mensajes, uno tras otro. De los que no leyó ninguno. Axel no había dejado de intentar llamarla y enviarle mensajes de texto, pero en aquel momento Saray no tenía ganas de escuchar ni de leer nada de lo que había escrito. Sentía que una creciente rabia crecía dentro de su pecho. Su cabeza volvía una y otra vez al momento en que aquella mujer había aparecido entre los dos. Y la única que sentía que era demasiado entre los tres era Saray.

—¿Qué ha pasado? —Mónica corrió de su dormitorio al salón cuando oyó crujir la puerta.

—¿Qué ha pasado? —repitió ella, tirando de mala manera su bolso por el sofá—. Te digo lo que ha pasado... —Empezó a quitarse el abrigo como si le quemara en la piel—. Lo que ha pasado es que tenías razón. Nadie tiene el alma pura. Es un idiota, igual que los demás.

Sus palabras salían a trompicones, con la ansiedad típica de quien acaba de vivir una situación muy exasperante.

—¡Cálmate, siéntate! —Mónica la agarró del brazo y la obligó a sentarse en el sofá—. ¿Qué coño ha pasado para llegares así?

Mónica la miró con amistosa simpatía y preocupación. Se sentó a su lado en el sofá.

Saray posó la cabeza entre las manos y no pudo evitar echarse a llorar. La agonía que llevaba dentro era tan grande que se había estado conteniendo desde el momento en que quiso explotar en aquel restaurante. La emoción que contenía dentro de su pecho con todo lo que le había pasado era enorme. Estaba desbordada por la situación y no podía aguantar más. Cuando levantó la cabeza, su amiga Mónica descubrió que tenía lágrimas en la cara y su expresión cambió. Inmediatamente se arrastró por el sofá hasta situarse en el suelo, y arrodillándose frente a ella, le agarró ambas manos con las suyas.

—Nena, no me gusta verte así. ¿Qué ha pasado? —Mónica le acarició las manos con las suyas.

—Incluso con tonterías, detesto parecer débil —Saray sorbió los mocos que amenazaban caerse por la nariz.

—No eres débil, eres fuerte y lo sabes. Si alguien te hizo pensar eso, es un tonto y si tú piensas eso, eres aún más tonta.

Saray esbozó una sonrisa entre sollozos. Luego le contó algunos detalles más de lo que fue aquel episodio.

—Tenías razón. Axel no es lo que parece. Jamás podríamos tener una relación, porque él no va a renunciar a nada que sea su vida. Y solo se quiere a sí mismo. Lo odio —dijo Saray.

Y se echó a llorar con más ganas aún, se cabía.

—No se odia a nadie a no ser que te guste —Mónica la miró condecente en los ojos húmedos y sufridos que la miraban con tanto interés y amistad.

—Ahí reside mi problema. Me gusta. Me gusta demasiado —Saray hizo un breve silencio y luego añadió—: Creo que me he enamorado de él.

—Pero ¿cómo puede gustarte tanto un hombre al que apenas conoces? Lleváis juntos unos meses, es su tratamiento. Entiendo que te guste, que te atraiga, pero ¿qué te enamores? ¿De verdad te has vuelto a enamorar de otro gilipollas? Hostia puta.

—No seas así conmigo. No puedo hacer nada. No es culpa mía —Se defendió Saray.

—Sí, sí, lo es. Porque... —Mónica resopló—, te avisé para ir con calma. Ahora explícame qué coño pasó antes de que me dé un patatus.

—Fuimos a cenar, como ya sabes, y nada, todo iba bien, hasta que... una tía apareció para saludar. Entonces ella empezó a insinuarse y a decir tonterías sobre cómo habían estado juntos recientemente. Y cuando digo juntos, quiero decir follando. Quiero decir que habían estado follando cuando él ya me conocía y ya había feeling entre nosotros. O al menos eso pensaba yo.

Combate de Amor | Terminada y completaWhere stories live. Discover now