Capítulo IV

20 4 0
                                    

Alexandra

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Alexandra

Cada día mirando el vacío me pregunto: ¿Todo estará bien? ¿Qué sucederá hoy? ¿Cómo terminará el día? Son simples interrogantes pero llenas de un significado”.
Fragmento del diario de Alexandra.

Las quince horas en alta mar transcurrieron con una tranquilidad un tanto sospechosa. Pude llegar a Drosrovia a tiempo en la tarde. Eso me daba una ventaja de poder ir al pueblo en busca del infiltrado que tenía mi reino en suelo drosroviano.

Comienzo a arrastrar el bote fuera del mar escondiéndolo entre las malezas altas y espesas de las costas drosrovianas.

El camino hacia el pueblo está rodeado de helechos mientras que el camino rocoso grisáceo se extiende en toda su plenitud. A medida que me acerco escucho las voces de los drosrovianos envolviéndome. Hombres, niños y mujeres vestidos con sus prendas de piel.

Casas se alzan por el camino mientras que vendedores se encuentran con sus puestos vendiendo carnes, especias, verduras y vegetales en los litorales de algunas calles. Los niños corren por los callejones sonriendo persiguiéndose unos a otros.

—Son tan ingenuos, ¿verdad? —dice una voz suave captando mi atención.

Una anciana se había acercado a mi lado mientras yo observaba a los infantes disfrutar su niñez.

—Sí, tan ingenuos como cabría imaginar en un niño que de manera afortunada no conoce todavía la crueldad del mundo que le rodea —digo observando como la anciana me devuelve la mirada con una expresión de tristeza enmarcando su rostro.

—Tú si la conoces, demasiado bien. La tristeza y el dolor se reflejan en esos hermosos ojos que tienes, pequeña. —La observo durante unos segundos antes de desviar la mirada hacia una tienda de especias—. Esa es la tienda de Dag en ella vende las mejores especias además de uno que otro remedio medicinal —dice la anciana al percatarse de lo que estoy observando.

Inteligente manera de pasar desapercibido, “Dag”.

— ¿Son buenos sus remedios medicinales? Desde hace unos días me siento algo enferma. Sabes si tendrá alguno para los malestares corporales —comento dedicándole una sonrisa.

Veo como el rostro de la mujer se ilumina y dice:

—Sí, la mayoría de los soldados van a comprar cuando regresan de las batallas. Estoy segura de que te podrá ayudar.

—Gracias —digo encaminando mis pasos hacia la tienda después de dedicarle una sonrisa en agradecimiento a la anciana.

Al entrar al establecimiento me encuentro con dos soldados drosrovianos esperando a que Dag terminara de entregarle sus remedios medicinales.

—Buenos días, señores. Supongo que usted es Dag —digo al acercarme hacia al mostrador donde se encuentran.

El aludido se me queda observando con la extrañeza reflejada en su rostro.

Sangre en la oscuridad (Tormenta de sombras y cenizas Parte I)#PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora