Capítulo 10

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La puerta se cerró tras de sí y fue como una patada a la realidad. Descendió pesadamente los escalones de uno en uno, salió a la calle, pero no regresó de inmediato a Hua Hin, sino que deambuló por las atestadas calles de la capital.

¿Qué había pasado allí? No podía asegurarlo a ciencia cierta, pues todo era demasiado confuso. Jamás, y era algo que se repetía constantemente, había deseado ser padre, sin embargo, y sí, existía un sin embargo, de pronto sentía como que necesitaba saber y conocer mucho más de Arthit. Podía no ser hijo suyo, cabía esa posibilidad, aunque después de haberlo visto estaba convencido de que sí, él era su padre. Por eso se había rebajado y hasta suplicado, ¿qué derecho tenía de entrometerse en la vida de Barcode y Arthit? Era una pregunta que bailaba por su mente, y por momentos pensaba que no tenía ninguno. Otras veces pensaba que, si él era el padre, era lógico que quisiera comprobar cómo estaba el niño, en qué condiciones vivía, y si se ponía en plan gilipollas total, hasta podía llegar a plantearse qué capacidades tenía Barcode para cuidarlo. Se sentía un auténtico mezquino por pensar en esas cosas, sin embargo, no podía quitarse esa preocupación de encima.

Cuando ese lunes llegó a su casa, era media tarde, no había comido y ¡no tenía hambre! Eso era inaudito en él, una persona que solía ingerir una cantidad colosal de calorías diarias. Se dejó caer en el sofá, cerró los ojos un instante, y la imagen de ese pequeño niño castaño entrando en el colegio volvió a él. Sin embargo, esa vez, en su imaginación, en la calle no solo era Barcode quien agitaba la mano para despedirlo, sino que al lado del chico también estaba él. Se despertó alterado y empapado en sudor. Tenía que dejar de pensar en todo eso, necesitaba centrar su atención en cualquier otra cosa que no fuera ese niño.

Se levantó de un salto del sofá para ir directo al baño a refrescarse un poco, se cambió de ropa por algo más cómodo y salió de nuevo de la habitación cuando, al pasar por el comedor, su mirada se desvió a ese enorme y desaprovechado jardín. Buscó en la agenda del móvil el número de la empresa que cada año le realizaba los arreglos y llamó para concertar una cita. Estaba llegando el calor y, a pesar de que no la usaba demasiado, le gustaba darse un chapuzón de vez en cuando, o incluso, y casi siempre instando por Job, hacer alguna fiesta o una barbacoa con amigos o los compañeros del restaurante. Aunque cada vez lo hacían menos, sobre todo por el cansancio. Se estaban haciendo mayores.

Una vez en su hábitat natural, es decir, la cocina, Jeff sacó y desparramó las libretas por encima de la gran mesa de madera que tenía pegada a una de las paredes, y que usaba básicamente para eso: desperdigar todo tipo de papeles, libretas y todo lo que necesitara mientras cocinaba y creaba; dejando fluir las ideas, y así poder ir apuntando las cosas. Era su lugar de experimentación. Llevaba unas semanas intentando innovar con una de las recetas más clásicas de la gastronomía griega, la musaca de berenjenas. A veces era más fácil crear desde cero que ponerse a dar un toque diferente a algo que todo el mundo sobre la faz de la tierra conocía, pero esos eran los retos que le gustaban, lo mantenían tan ofuscado que podía pasar horas en la cocina, sin prestar atención a nada más. Y en ese momento eso le iba a venir muy bien, así dejaría de pensar en su casi segura paternidad.

La cocina era su vida, cocinar, su pasión; desde siempre, nunca había sido desbancado por nada más. Empezó por recolectar ingredientes en la nevera, que dejó sobre la encimera. Cuando se mudó a esa casa, no lo hizo por el jardín, la piscina o la perfecta ubicación, sino porque la cocina era grandiosa y bien iluminada, con salida directa al exterior. Esa cocina era un sueño hecho realidad.

Volvió a la mesa a repasar sus notas. Había hecho ya diferentes pruebas, todas satisfactorias, aunque ninguna lo había maravillado, y Job no era de mucha ayuda porque le gustaba todo. Cogió el bolígrafo y se sentó un momento revisando las últimas pruebas. «¿A los niños les gusta la musaca?», pensó Jeff. Lo de que los niños odiaban las verduras y el pescado seguro que era un mito, ¿no? Él había sido niño y le habían encantado ambas cosas. ¿Comería Arthit fruta y verdura suficiente? ¿Tendría una dieta equilibrada? La verdad era que la cocina de ese piso le pareció horrenda, poco funcional y sin duda no invitaba a cocinar en absoluto. Él se había desenvuelto entre fogones desde muy joven, siempre había querido ser cocinero y le encantaba, sin embargo, por lo general, no era demasiado habitual encontrar adolescentes que cocinan bien y no tiraran de comida ultraprocesada. ¿Estaba Barcode capacitado para esa tarea?

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⏰ Last updated: Feb 06 ⏰

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