II

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A Rhys le parece divertida la indignación de Cauri, en especial porque no se da cuenta de que, mientras se explaya, las gotas de cerveza caen en las páginas del libro gordo con el que se deleitaba unos segundos, antes de que el mesero interrumpiera su ajetreado trabajo. Se pregunta cómo alguien podría leer dentro de una taberna mientras poetas y borrados —y los poetas borrachos— cuentan sus poesías y hazañas, pero sus cavilaciones están también ocupadas por el encuentro hace unas noches atrás con la criatura infantil desamparada.

     —¿Al menos me dirás cuál es ese libro, Cauri? No leo mucho, pero amo las historias.

     —Pues estas no te gustarán.

     El hechicero recibe el rostro de Rhys apegado al bar, intentando hacerse con unos ojitos tiernos que más bien dan risa. Cauri logra contenerla golpeando la nariz de su amigo con uno de los vasos limpios que estaba lavando hace unos segundos. El mesero se retrae y saca su trapo amarillento, golpeando su brazo con él.

     —Qué rudo. Para ser un hechicero, poco sentido del humor tienes.

     —¿Qué relación tiene eso?

     La palabras quedan en el aire. Crecen unos murmullos peculiares ante el azote de la puerta y la aparición imposible de ignorar de una mujer bronceada, alta y de ropas apretadas. En su mirada se dispersa la confianza y el desinterés en el ambiente. Los comensales de cada mesa vuelven a sus asuntos una vez pasada la sorpresa, pero Cauri, que es primera vez que la ve entrando a la taberna, se dirige hacia Rhys con clara intención de chismorreo. La pregunta se despega de su boca solo cuando la joven se aleja de su visión, a expensas de la atención.

     —¿Que quién es ella? —repite Rhys, con las cejas alzadas—. Asumo que seré el buen amigo y te lo contaré, aun así tú hayas sido desconsiderado conmigo. —El mesero se le acerca, para susurrar con seguridad—. Esa mujer ha venido desde hace unos días, siempre cerca de la misma hora. La primera vez que entró, lo hizo sangrando, por eso a todos les entra la curiosidad cuando la ven. Aunque, también, no descartaría que es el centro de las miradas porque, bueno, es bastante bonita.

     REGLA N°93. JAMÁS DEJAR EL PUESTO DE BARISTA EN MEDIO DEL HORARIO DE TRABAJO, A NO SER QUE SE TRATE DE UNA URGENCIA.

     —¿Te parece bonita, Rhys?

     —Sí. Y lo dije primero, así que debes respetar.

     —¿Qué?

     —Encárgate de los tragos por un rato, ¿sí?

     El mesero deja caer el paño para lavar sobre el cabello corto y oscuro de Cauri, quien no se apresura a quitarlo. Es de esos días en los que se levantó tan malhumorado que ni siquiera tiene ganas de levantar las manos, pero sí le apetece la idea de observar cómo le va a Rhys con la mujer de la mesa de la esquina, porque sabe que sus papeles cambiarán y sería él quien estuviese riendo de las desgracias de su amigo.

     La mujer desvía sus ojos hacia Rhys en cuanto este se apropia de una de las sillas del local y se presta para sentarse delante de ella. La imagen de ellos juntos es una completa contrariedad que es notada en el ambiente: un hombre unos años menor, con los ojos sonrientes y las manos dispuestas para conversar una conversación, junto a una joven de facciones frías y de brazos cruzados. Está claro cuál sería el término de la charla, pero él, con esa fe propia e involuntaria que tiene sobre los eventos espontáneos, deja que las palabras fluyan.

     —El otro día pensé en llamar a un médico cuando te vi. ¿Debería pensar que tus heridas del otro día ya están curadas? Tenías mucha sangre.

     —No era mi sangre.

     —Ah. —Se rasca el cabello algo nervioso, pero estaría avergonzado si se da la vuelta siendo que él inició con esto—. Pues yo no acostumbro a cazar, pero supongo que se te debe dar bien, si has llegado con la señal de que conseguiste un lote de comida para alimentar a todo el hogar de niños de Elisha...

La Leyenda del Fénix de AshwethWhere stories live. Discover now