IX

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Los cabellos oscuros de Daeva caen por su espalda mientras Ciro le sigue a paso apresurado. Le había contado sobre la posibilidad de que su madre esté involucrada, por las anotaciones que había encontrado aquella vez, pero ella parece estar dispuesta a lo que el muchacho se había negado: registrar el escritorio de la duquesa con la disposición a encontrar cualquier sorpresa que provoque una reacción drástica..., y, dicho sea de paso, una decisión terrible.

     Ciro se tropieza en cuanto ve a Enit caminando a solo unos metros, junto al que parece ser su nuevo amigo. Intenta seguir a la capitana esperando que su paseo pasase desapercibido, pero es penetrante su mirada sobre la suya, como si sonsacara todas las verdades. Unos ojos sin enojo, pero tampoco una sonrisa. Lo observa con detención y, quizá, decepción. Un malentendido que rompió un lazo por falta de comunicación.

     Daeva tiene que tirarle el brazo para que avance a través de las últimas calles antes de adentrarse en los últimos callejones previos a su casa. Ambos caminan bajo el cielo raso aventurándose a través del jardín que se marchita cada día más, siguiendo el sendero angosto a paso sincronizado. Al llegar a la puerta, Ciro abre y deja entrar a la capitana.

     No esperan mucho tiempo, se van directo hacia el escritorio de Obelia o, más bien, es Daeva la que no desea hallar contratiempos. A su vez, Ciro es más tímido y, desde lejos, puede notarse su dubitación al saber que debe irrumpir en la privacidad de su madre cuando ella no está para retarlo.

     —¿Dices que están por aquí?

     —Sí. En algún lado... Allí, las que están guardadas bajo la cubierta de aquel libro. ¿Las ves? Habla sobre nuestra teoría de que el Mago Rojo sea el hechicero que ya ha muerto. ¿No te parece que deberíamos descartar esa hipótesis?

     —Que no está muerto, carajo. El rey lo mandó en una misión encubierta. Él tendrá que cambiar su identidad cuando regrese. ¿Es que acaso no recuerdas que soy líder del Gran Clan del Nacimiento? Es el mayor de los cuatro, junto con la Gran Potencia. Sé de primera fuente que Cauri es el favorito de Su Majestad, que al tener su protección podrá seguir con su vida como si nada hubiese pasado, pero que tendrá que pagar el precio de su nombre.

     —Ahora, dime, ¿de qué trata esa misión?

     Mientras Gala, o Daeva, como sea, lee las notas de la madre de Ciro, saborea sus labios buscando las palabras correctas para acabar con la información que se rehusaba a terminar en la conversación que dio lugar dentro de la taberna.

     —Ya sabes, los reyes necesitan conseguir ventaja sobre Nebel en esta guerra. Ciprina está preocupada, pese a que estamos igualados. El trabajo de los líderes de los clanes se basa en la búsqueda del arma..., de un artilugio, del que las fuerzas enemigas se vanaglorian. Creen que es obra del Hechicero Primero, que podría estar formulando un hechizo para acabar con nuestros guerreros... de la forma más rápida existente... —La pausa que hace sirve para que Ciro reflexione sobre sus palabras. En el fondo, la explicación no le sorprende como piensa que debería; más bien, considera un alivio saber lo que está sucediendo y, también, una poderosa incertidumbre—. Pero eso no es lo que nos importa, ¿verdad? Mientras la guerra se libera, hay una que todavía está a punto de poder ser detenida. No queremos problemas cuando ya tenemos unos difíciles de manejar. Tenemos dos opciones: o detenemos al Hechicero Rojo, conseguimos hallar a Onhe antes de cualquier catástrofe o, también, nos aliamos de una buena vez con el Mago Bueno.

     Mientras Gala revisa los cajones del escritorio sin tener piedad alguna por los delicados pergaminos que inician a desgarrarse por la fuerza del revoltijo que va formando con sus manos, el muchacho está espiritado mirando a los alrededores. Para colmo, ella empieza a leer en voz alta.

La Leyenda del Fénix de AshwethDonde viven las historias. Descúbrelo ahora