VII

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Han pasado unos días a costa del calor infernal que gobernaba las calles de Ashweth. Ya no hay más que una sensación templada que abraza a los desviados que dan sus paseos matutinos, pero la cantidad disminuyó una vez se anunció el regreso de Los Arcángeles, la pandilla que atemorizó a la ciudad durante el primer semestre del año pasado. Ante esto, se le prohibió a Vir salir a algún lado, y en cuanto a Ciro, consiguió resistirse con la excusa de sus reuniones con Leodegaria y el trabajo realizado para los reyes. Aunque ha podido acudir a las últimas juntas, con la única razón de poder ver a Enit y disculparse, es imposible dar con ella; al menos, desde que regresaron de la isla.

     La recompensa de la expedición y los valores justicieros de la capitana fueron imprescindibles para poder conseguir una suma de dinero que le cuidará hasta el término de mes. Incluyó a Vir en el plan de supervivencia y añadió el presupuesto regalado por sus padres como una cantidad de monedas para usar en gastos imprevistos. Tendría que ver, más adelante, si es que así se le permitía, conseguir más para asegurar el pago a la escuela de su hermano y recuperar lo perdido en el uniforme.

    Vir se ajusta el broche en el cuello del uniforme. Por suerte, la escuela tiene una buena reputación en los jóvenes con más recursos entre los pueblerinos, pero sigue siendo extraño ver a un hijo de duques, un lord, estudiar en un sitio tan común. Como resultado, ambos hermanos habrían acordado guardar el secreto, tal y como lo hacían desde su llegada, para que rumores indecorosos no se extiendan a través de la población.

     La realeza no puede enterarse de la pobreza de los duques de Cadell. Es una de las razones por las que Obelia y Pallas tomaron la decisión de emprender camino hacia el campo de batalla liberado a unos kilómetros, en los límites de Ciprina. Ciro, como era de esperarse, tuvo una actitud madura ante la situación, aunque no estuvo exento de conflicto; por otro lado, Vir alegó todo lo que pudo, hasta acabar abrazado en los brazos de su familia.

     —No tengo ganas de ir a la escuela, Ciro.

     —Te irá bien. Harás amigos.

     En realidad, la reticencia de Vir es una emoción cubierta de dualidad que le costaría expresar en su totalidad, y lo haría, si no fuese por lo cansado que es para él levantarse en las mañanas.

     —No creo que sea tan fácil...

     —Vamos, en la anterior escuela eras amigo de todos. Tienes un gran don social.

     —Ya...

     Ciro termina de abotonar la camisa de Vir. Lo extraño de la sensación, de una preocupación que le pertenece más bien a sus padres, le causa sentimientos encontrados que se intensifican al saber que tendrá que enfrentarse a nuevos profesores, materias y... compañeros. Este nuevo ciclo le aterra, pero es consciente de que la exigencia de los exámenes variará: esta es la capital, por un lado y, por otro, es una escuela popular.

     —¿La escuela queda lejos, Ciro?

     —A la vuelta. Nuestros padres la eligieron por eso. ¿Quieres que te acompañe?

     Vir ríe, forzado.

     —Ya estoy grande.

     Así, uno de los hermanos se apresuró a cruzar las calles para llegar a su nueva escuela, mientras que el otro continúa la espera de alguna nota de Leodegaria, quien no deja de incluirles en la tripulación cada que hay una disputa o reunión. Pero, por ahora, ocuparía estos momentos de descanso averiguando, como así lo había hecho estos últimos días: leyendo sobre la leyenda, registrando los artículos de la Biblioteca Eclipse, e intentando reservar sus escritos antes de que alguien más vuelva a solicitarlos.

La Leyenda del Fénix de AshwethWhere stories live. Discover now