III

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Los gritos incansables son fuentes de dolor cuando uno sufre de dolores de cabeza tales como los de Rhys, quien además de sentir el pulso en la frente, también podría quejarse del paño húmedo que lleva en la sien recetado por la médica. Esto a Regel, el dueño de la taberna, poco le importa; mucho menos le preocupa reprocharle en frente a los comensales, que, entre ellos, Cauri lo ve desde una mesa cercana, preguntándose si debería hechizarlo para coserle la boca de una buena vez. A nadie le gusta cuando interviene el jefe.

     —¡Es la última vez que sucede, Rhys! ¡La próxima no dudaré en despedirte!

     El escándalo de ayer había llegado a oídos del jefe. Rhys le habría servido una cerveza agria y caliente al culpable que confesó, pero hacerlo con todos los sospechosos le garantizaría el despido. Además, pudo ser que la misma mujer que le atacó lo haya acusado de... lo que sea que haya hecho, comparando la brusca actitud de la extraña y la despreocupación del mesero desobediente.

     Cuando Regel le dedica una última mirada de escrutinio a sus ojos cansados, se retira dejando el vestigio de sus pasos incansables y seguros hacia las afueras de la taberna. Cauri aprovecha el instante para acercarse a Rhys.

     —Y todo esto por culpa de una mujer de lo más extraña —murmura intrigado el hechicero, con su libro gordo en mano y una empatía por Rhys que no expresaría—. ¿No deberías restringirle la entrada a la taberna? Imagina si entra, asesina a algún ciprino y acabas siendo sospechoso.

     —Eso dolería menos que este golpe.

     Cauri parece recordar con quién está hablando cuando Rhys esboza una sonrisa torpe en sus labios.

     —Pienso que ser despedido, estar hambriento, perder tu arriendo y morir en una cárcel; es mucho más sufrido que ese golpe, Rhys. —Deja descansar el libro sobre la mesa, con el título pegado al bar, haciendo imposible que alguien lo leyese—. Cierto es que no tenías idea de lo que podría hacer esa mujer, pero fue tú decisión ser descuidado. ¿Al menos no conseguiste información relevante de ella? ¿Me negarás que, al menos, como todo ser humano normal, le preguntaste su nombre?

     —Ya te conté todo lo que me dijo, Cauri.

     Nadie más que Rhys lo sabe, pero bajo su sonrisa hay distinciones que no conectan con lo atrevido de sus ojos. Desde que narró lo que le había sucedido con la mujer de actitudes inhumanas, Cauri se ve inusualmente interesado en el relato. Esto al mesero le produce dar pie a una prudencia inconsciente en frente del hechicero que, una vez más, reluce mostrando sus atuendos escarlata.

     —Deja que yo te cuente algo nuevo, entonces —responde Cauri, lo que interesa de inmediato a su amigo. Él casi nunca cuenta historias, a excepción de sus nuevas adquisiciones de figurillas de porcelana—.  Dime, Rhys. ¿Conoces la leyenda del Fénix de Ashweth? Ja. Por supuesto que sí, pero ¿sabías que dicha ave trabaja para restaurar el equilibrio del mundo?

     El mesero encarna una ceja por instinto. Esperaba, por el modo que había utilizado para hablar, que le contara algo privado e interesante, no que preguntara sobre una leyenda escrita para niños.

     —No tenía idea. ¿Debería saberlo?

     —Así es. ¿Sabías también que el fénix renació de una ceniza tal humano falto de memoria? Ajá, sí, muchos saben ello. Pero nadie imagina que exista la posibilidad de que, ese hombre o mujer oculto, recuerde cada detalle de su pasado y esté enfrascado en una búsqueda para vengarse del mago que lo condenó. Me pregunto, ¿está ello incluido en la misión de recobrar «el equilibrio»? ¿Un mal solo puede combatírsele asesinándolo? Si la leyenda busca dejar una moraleja, ¿qué demonios hay escondido en los criterios de ese pajarraco, si la historia habla del dolor de la muerte de los inocentes? ¿Qué hay del sufrimiento de la oscuridad?

La Leyenda del Fénix de AshwethDonde viven las historias. Descúbrelo ahora