IV

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Sus piernas tambalean antes de apoderarse de la silla avejentada del rincón. Deja que los dedos de sus manos acaricien el sobre sellado con el símbolo de un sol radiante, azulado y estampado con la delicadeza de un sastre. Se asegura, una vez más, de hallarse solo en el recóndito sótano de la casa de paredes vetustas. Sabe que la prudencia que exige es más bien una exageración típica en él, pero tampoco estaría contento al responder las preguntas de Vir cuando leyese «admiradora» e inicie a molestarlo por ello, siendo que ni siquiera el mismo Ciro comprende en realidad cuál es el significado de este peculiar correo.

     Sale del sobre un pergamino de corta extensión, de letras escritas en imprenta, con una armonía continua y un sentimiento de rudeza. Ambas percepciones, habituales verlas separadas, dan la imagen de una emisora y confianzuda y prestigiosa.

Donde dos corazones se unieron cae un arribo de gran esperanza,

fue cuando sus notas se disolvieron que allanó con bonanza.

Hace varios siglos cristalizadas fueron tus andanzas,

acogidas por un buen mar y una expulsión de alabanza.

     Cae entonces el escrito a sus piernas, pero la señal de desentendimiento no dejaría a alguien, pragmático y de pensamiento veloz, achacarse con tamaña extrañeza. Por alguna razón, es más, intuye que las palabras dirigen destino hacia la leyenda que está investigando, una pista de esta admiradora, la señorita Gala, para que pueda acercarse aún más a su objetivo. Aunque curiosa sería la razón por la cual decide ayudar al muchacho, o qué tan insana debería de estar para arriesgarse sometiéndose a maniobras como esta.

     «Habla de siglos atrás —reflexiona Ciro, con cierta emoción—, pero en aquel período no había ápice de esperanza.» Poniéndose de pie para pensar con mayor claridad, deja que la vela del sótano ilumine la nota. «Quizá una vez cayó la derrota, dio paso a que Ashweth pudiese reconstruirse. ¿De ese tiempo estamos hablando? ¿Se refiere a después de la catástrofe?» Comienza a darle cierta inquietud el hecho de que la misteriosa Gala parece tener intenciones de atraerlo hacia algún lugar, un pasado remoto. «Arribo, bonanza y mar son tres palabras que añaden aquí la sensación de estar en un barco, de las aguas calmas luego de una gran tormenta. ¿Debería tomar sus pistas como una fusión metafórica?»

     No. Ciro, que lee más de cien libros gordos al año, comprende al revés y al derecho las reglas de la gramática, tiene en su memoria cada fórmula matemática, e incluida las de física, y además es amante de las hipótesis y de los experimentos científicos, jamás ha carecido e intelectualidad, mucho menos en interpretación. Sabe —y no se debe a los ocho premios conseguidos en la escuela— que alguien está jugando a una búsqueda misteriosa que hace el esfuerzo para engrosar su conocimiento... sobre la leyenda, sí. Nadie podría contactarlo por algo más, no cuando su vida entera ha rodeado la historia del fénix. Para eso, tendría que seguir el camino que se diluye entre la poesía infantil: el mar, barcos y andanzas, esperanza nacida dentro de la pérdida del fuego, las imágenes de un puerto. En Ashweth, la Costa de las Campanadas, llamada así por el letargo que ocasionó un cuento basado en lo real, sobre tres hombres que acabaron ahogados con la rapidez de una campanada.

     No deja pasar el tiempo. Apenas lo piensa ya está en su cuarto. Repara en la idea, justo al tomar su bolso, de invitar a Enit. Recuerda con pesar sus palabras de rechazo, pero la idea tentadora de hacerla sentir bien en sus mejores días, sin tocar el tema de la enfermedad, aun así después de lo hablado, le hace ver que es noble y correcto. En añadidura, ella es a la única que le confesó su intención de conocer la leyenda real —sus padres conocen algo de su obsesión, pero jamás lo han tomado en serio, y Vir no hace más que reírse de él. Ese niño es un escéptico—. Le contó en primer lugar porque sabía de su personalidad comprensiva e ingenua, que no daría la información a nadie para dejarlo quedar en ridículo, como alguna vez pasó...

La Leyenda del Fénix de AshwethWhere stories live. Discover now