Capítulo 28

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Capítulo 28

La cena había sido inesperadamente fantástica y me sorprendió comprobar que Edward tenía razón, el restaurant era elegante, hermoso y cómodo. Estaba repleto de gente, no había ni una mesa vacía y afuera había una larga fila de personas esperando por entrar; al parecer Edward conocía al dueño del lugar pues pudimos entrar sin reservación. La comida también había estado bien, era italiana y Edward tuvo que elegir por mí ya que yo no reconocí nada.

Íbamos en el auto de regreso, ambos con una sonrisa divertida en los labios. Tuve la oportunidad de saber más de él y también se interesó en mí pero no dije mucho. Me contó de su vida antes de conocerme, su familia, amistades e incluso de algunas chicas con las que había tenido aventuras, de manera extraña esto último no me molesto al contrario me reía de la manera en que Edward describía a sus conquistas. Me confesó lo unida que era su familia hace ya bastantes años; Esme no era una bruja como la que yo conocía y tampoco trabajó siempre en Runway, era una madre amorosa y dedicada a sus hijos, salía a cenar con su esposo cada viernes de cada semana, le encantaba cocinar y si le gustaba la moda pero en aquel tiempo no era una obsesión; Carlisle Cullen, el padre de Edward, era igual de bueno que Esme, amaba a su esposa y a sus hijos, siempre procuraba volver pronto del trabajo para pasar más tiempo con su adorada familia; Edward no siempre fue un mujeriego, su pasatiempo favorito era tocar el piano y leer libros, también era buen estudiante, anhelaba ser como su padre algún día y tener una familia propia como la de sus padres; Emmett tampoco era como ahora, él también era dedicado a los estudios y le gustaba jugar béisbol, tenía una novia a la que amaba como a nadie pero luego los problemas comenzaron; Alice no había cambiado mucho, ella siempre había sido dulce e hiperactiva, el único cambio fue su sueño por ser bailarina de ballet profesional a dedicarse a la moda.

Aunque él insistió en querer saber de mi familia al principio me negué rotundamente a contárselo. En parte porque no recordaba ni un solo momento que haya sido bueno en compañía de mis padres juntos, en realidad creo que nunca existió y por el otro lado no quería que supiera la porquería de familia que tenía. Me limité a hablarle de Rosalie y Jacob, eran lo único bueno que recordaba de mi vida, los consideraba mi familia aunque no compartiéramos la misma sangre. Después me vino a la mente la idea de que ahora la familia de Edward estaba casi tan rota como la mía; Emmett había abandonado a su familia, Edward también se había independizado y no termino sus estudios, Alice estaba tan abstraída en la moda que no le importaba mucho lo que sucediera a su alrededor, el Dr. Carlisle Cullen prefería estar en la Universidad que en su casa; y Esme le era infiel a su esposo y actuaba como si sus hijos fueran unos desconocidos para ella. Era bueno saber que después de todo teníamos algo en común.

Mis pensamientos fueron interrumpidos en cuanto miré por la ventanilla del auto. Íbamos de regreso al departamento y para eso fue necesario pasar nuevamente por la playa de Santa Mónica. Me sorprendía la perfección y tranquilidad de aquellas aguas negras que eran iluminadas por la brillante luz de la luna cuando subían por la arena o cuando las olas chocaban unas contra otras provocando que la orilla se llenará de espuma.

–Hermoso, ¿no es cierto? –preguntó Edward. Me volví hacía él y me encontré con su mirada llena de fascinación pero no era el mar lo que la provocaba, era yo. Me miraba fijamente como si fuera un ángel caído del cielo. Mi corazón se aceleraba cada vez que me miraba de aquella manera.

–Yo diría mágico –respondí casi en un susurro. Volví a mirar por la ventanilla al tiempo que intentaba controlar mi corazón. Cuando vi la playa más cerca supe que el auto había cambiado de dirección, Edward conducía directo al estacionamiento y aparco el auto en una rápida maniobra.

–La última vez que estuve aquí contigo no fue del todo mágico –dijo haciendo una mueca de diversión.

– ¡Calla! –exclamé avergonzada. Cuando el auto se detuvo por completo, bajé con entusiasmo y Edward detrás de mí.

–Eso no quiere decir que no podamos volverlo mágico en este momento –dijo acercándose más a mí. Estaba por responder cuando sentí sus labios buscando los míos, no podía negarme ante tal urgencia y le respondí el beso con toda la pasión de la que fui capaz. Comenzaba a rodearlo con los brazos pero me detuvo y cortó el beso, lo miré con enfado fingido pero Edward se limitó a reír.

–Quiero mostrarte algo –se excusó.

Asentí y lo seguí hasta la playa. Los tacones se hundían en la arena y tuve que quitármelos, sentía los diminutos granos húmedos enterrándose entre mis dedos y adhiriéndose a mi piel. Nos detuvimos a tan solo dos metros del agua y admiraba la manera en que la marea subía hasta llegar casi hasta mis pies y volver a su lugar de origen. Podía ver el comienzo del mar pero no el final, la luna parecía rozar el agua a lo lejos. La brisa salpicaba mi rostro, el agua debía estar congelada, la simple idea de ponerme a nadar allí envió una oleada de escalofríos por todo mi cuerpo.

–No he conocido a nadie que haya salido de allí sin hipotermia –me susurro al oído como si hubiera leído mis pensamientos–. En realidad, creo que no he conocido a nadie que se haya metido a esta hora, cuando el sol no puede calentar el agua.

–El sol no se metió hace mucho –señalé.

– ¿Quieres probar su temperatura? –preguntó divertido. Sabía que era una locura pero nunca lo había hecho y algo en mi interior me animó a asentir. Edward me miró como si hubiera enloquecido y yo le sonreí para que comprendiera que yo iba en serio.

–No creo que nos suceda nada malo. No es como si nos estuviéramos lanzando a un lago de Canadá en pleno invierno –lo animé.

–De acuerdo –aceptó–. Pero deberíamos quitarnos la ropa. Es lo único que tenemos y no quiero pescar un resfriado.

Deje mis zapatos en la arena y enseguida comencé a sacarme el vestido por la cabeza, el frio viento se envolvió en mi cuerpo y provoco que se me erizara la piel. Me giré hacía Edward mientras observaba cómo se quitaba el pantalón hasta quedar en calzoncillos; la poca luminosidad se ceñía a su piel haciéndola lucir aún más pálida parecida al mármol. Me di cuenta que lo estaba mirando con la boca abierta, seguramente debí verme como una estúpida.

– ¿Estas lista? –preguntó Edward levantando la mirada.

–Algo así –respondí dudosa.

–De acuerdo, no vayas a arrepentirte en el último segundo –advirtió.

Tomo mi mano y juntos caminamos hasta la orilla.

Bajo el Mismo TechoWhere stories live. Discover now