|Zareen.

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Episodio Treinta y Cinco: Zareen.






























La muchacha cayó al suelo de un solo golpe, respirando con dificultad mientras su rostro sangraba, y sus ropas se encontraban hechas trizas. Ese traje de un color tan vivo ya no resaltaba en su cuerpo, debido a que de alguna manera, la sangre se había encargado de ocultarlo.

Él la tomó por el cuello con una sola mano, sonriendo aún con la máscara que le cubría todo el rostro. Era una cosa maravillosa esa sensación de ganar, de que eras el rey de todo un mundo y no tenías ningún contrincante digno, porque eras invencible.

—Tampoco fuiste lo suficientemente rápida, Flash—. Se mofó en voz alta, sacando una de sus garras aterradoras, apunto de dañar la ya maltratada piel de la víctima.

Y entonces, en ese hilo de vida y muerte a punto de romperse, con sus últimas palabras, habló.

—¡Espera! ¡Espera! Puedo ayudarte—. Su voz sonó rasposa. —Puedo... puedo ayudarte a obtener más velocistas—. Sugirió su idea, escuchando un sonido de desaprobación por parte del demonio.

—He terminado con todos—. Dijo con obviedad este.

—Todos los de esta Tierra—. Corrigió ella. —Pero existen más Tierras que buscan ser conquistadas... velocistas que creen ser los dioses del universo. Ellos no saben de tu existencia, no te temen—.

Él soltó el cuerpo magullado, que cayó contra el suelo de una manera brusca. Comenzó a toser, buscando recuperarse del aire que se había gastado con el palabrerío.

—¿Cómo piensas ayudarme?—. Interrogó, pateando el cuerpo tras no obtener una respuesta rápida.

Ella tosió con fuerza una última vez, antes de jadear y hablar. —Te ayudaré a casarlos. Tendrás a todos y cada uno de los velocistas, y cuando los termines, podrás tenerme a mi. Podrás quitarme mis poderes, y hacer lo que más quieres; matarme—. Puso en la mesa su oferta, con sus ojos debajo de ese antifaz medio roto que esperaba una respuesta por parte del demonio.

—Bien—. Dijo él tras unos segundos. —Pero si no muestras ser útil, no dudaré en asesinarte, Zareen—. La muchacha de cabellos rizados sonrió de lado.

—Es un trato, Zoom—. Confirmó, extendiendo su mano cubierta por guantes dorados en dirección al demonio, que no tardó en estrecharla con rapidez antes de desaparecer de la vista de la mujer.

¿Era ese hacer un pacto con el diablo?




























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Atte: R. A.

Leah. | Caitlin Snow. | 1. | En Proceso.Where stories live. Discover now