Pedestal

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El día tan esperado había llegado, y con él, la oportunidad de arriesgarme y jugar la única carta que tenía bajo la manga. Por lo que con determinación, tomé el tenedor y marqué una nueva línea en la pared, esperando que ese fuera mi último testimonio silencioso de mi paso en aquel encierro.

El pedazo de pollo en el colchón emanaba un olor repugnante, como si un animal hubiera muerto bajo mi cama. Y mientras lo sacaba, me esforcé por no prestar demasiada atención a su aspecto desagradable: un contorno grisáceo, cubierto por una capa verde que parecía un moho gelatinoso.

Y entendí que si la seguía viendo con tanto detalle, no sería capaz de comerlo, por lo que valientemente, inhale todo el aire que pude antes de hacerlo.

Con la mirada clavada en el techo, me dispuse a tragar el trozo de pollo sin masticarlo, como un acto de pura determinación. Sin embargo, la realidad resultó ser mucho más desafiante de lo que había pensado.

En el instante en que el pollo tocó mi lengua, una amargura intensa invadió mis mejillas y mi garganta, provocando una arcada incontrolable.
No tuve de otra más que escupirlo al instante, sintiendo ese asqueroso sabor impregnando mis dientes y llenando mi boca.

"Puedes hacerlo", me repetí a mí misma, reuniendo valor mientras recogía el trozo de pollo del suelo. Esta vez, decidida a cerrar los ojos y seguir adelante sin dudarlo. Tragué el bocado con determinación, concentrándome en controlar la náusea que amenazaba con manifestarse y después de echar un último vistazo a las líneas en la pared volví a intentarlo.

Para mi sorpresa, después de tragarlo y sentir ese amargo sabor recorrerme la garganta, solo tuve que dar unas cuantas respiraciones intentando no devolver todo. Y con eso afortunadamente, mi cuerpo lo aceptó de momento.

Ahora solo quedaba esperar y confiar en que mi estómago y las bacterias hicieran el resto.


Circunstancias desesperadas requieren medidas desesperadas.

En la oscuridad de la madrugada, me encontraba lamentando ese pensamiento temerario que me había llevado a ingerir aquel trozo de pollo.
El sudor perlaba mi frente y sentía cómo el fuego ardiente del malestar me consumía desde adentro. Era la segunda vez que vomitaba, y el guardia de turno parecía desconcertado, sin saber cómo aliviar mi agonía antes de que fuera demasiado tarde.

Pasé lo que parecieron horas interminables, con escalofríos recorriendo mi cuerpo y la horrible sensación de que no sería capaz de vomitar nada más que la sustancia de mi propio estómago si no me ayudaban rápido. Hasta que por fin, la doctora Rosaline hizo su aparición.

Aquella fue la primera vez que la vi sin maquillaje y con el cabello tan alborotado, probablemente debido a que la habían despertado a esa hora de la madrugada en su cama.

Se acercó y me tomó la temperatura con el sensor de su iPad, y posteriormente, escaneó con una pequeña cámara que proyectaba una luz fría todo el largo de mi abdomen.
Con aquella tecnología que nunca antes había visto en el mundo real, al igual que toda la que se usaba para el instituto.
Siempre me pregunté de dónde la habían sacado.

Finalmente, la doctora retiró la luz y se giró en gesto molesto hacia los guardias tras nosotras.

—Es uno de los casos más severos que he visto de campylobacter. ¿Quién demonios trajo la comida esta semana?

Los guardias, al escuchar que era algo grave, levantaron las palmas tratando de deslindarse de cualquier problema, mientras la doctora se hacía a un lado para que vomitara en el escusado por tercera vez en esa noche.

—Bueno, alguien definitivamente perderá su trabajo cuando su familia se entere— finalizó con gesto asqueado al ver el líquido anaranjado en el interior de la taza.

ARABELLA II: Puños de sangreजहाँ कहानियाँ रहती हैं। अभी खोजें