Cadenas

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La crueldad de su risa me erizó la piel, y por alguna razón, me hizo sentir vergüenza frente a Olivia. De repente, me vi de nuevo con catorce años, tan pequeña y frágil como para no poder defenderme de sus maltratos y humillaciones.

—¿Cr... creíste que nadie me informaría y te dejaría el camino libre? —escupió mi padre con desprecio, sus ojos destellaban con malicia.

Una carcajada gutural escapó de sus labios mientras se acercaba hacia nosotras con paso desafiante. Sin embargo, antes de que pudiera llegar más cerca, Olivia se interpuso entre él y yo, protegiéndome con determinación.

—No me hagas empezar contigo, la razón por la que mi hija... —mi padre intentó continuar, pero fue interrumpido abruptamente por la mano de Olivia, que se estrelló con fuerza contra su mejilla, dejándolo atónito.

Los guardias, alertados por el golpe, se precipitaron hacia nosotras, pero un gesto levantando la palma de mi padre los detuvo en seco. Sintiendo que por primera vez, alguien estaba dispuesto a protegerme de él.

Mis ojos se encontraban fijos en Olivia, y aunque no podía verla directamente, podía sentir su presencia reconfortante y su determinación emanando del verde de sus ojos.

—No sabes cuánto gusto me daría pegarte un tiro, yo mismo, Olivia —mi padre amenazó.
Y en ese momento, decidí que ya era hora de enfrentarlo.

Por lo que tomé a Olivia de la cintura y la coloqué detrás de mí, enfrentando a mi padre finalmente con valentía. Con mis manos empuñadas, y mis ojos enrojecidos por las lágrimas reprimidas.

—Y para hacer eso, primero me matas a mí —amenacé, manteniendo mi mirada clavada en la suya.

El azul de los ojos de mi padre no era tan profundo como el mío o los de Caín. Era más bien un azul desvaído, como el cielo cubierto de nubes en un día lluvioso, una ventana descolorida que revelaba su podrida alma.

Al tenerlo de frente, me di cuenta de que durante toda mi vida había culpado a mi padre por mis problemas. Desde la agresividad que habitaba en mi interior hasta la revelación de que había pagado a mi ex entrenador para impartirme lecciones cargadas de violencia.
Y comprendí que todas esas culpas eran simplemente excusas para evadir la verdad: la verdadera culpable era yo.

A pesar de que mi padre era el adulto, el responsable de mi crianza, había tomado la decisión de cargarle con toda la culpa y no asumir la responsabilidad que me correspondía. Nadie me había obligado a permanecer en esa familia o a guardar silencio sobre lo que sucedía dentro de la mansión. No había sido obligada con un arma para recibir el entrenamiento de Taia, ni mucho menos para herir gravemente a Sam hasta casi matarlo.

Pero de eso ya había pasado bastante tiempo, y sobre todo, bastantes cosas. Y yo, ya no era la misma.

En otro momento hubiera gritado todo lo que sentía al hombre frente a mí, pero había pasado por tanto, que simplemente eso ya no se sentía como padre de mi.
Lo único que podía hacer ahora era perdonarlo. Perdonarlo por todo el amor que nunca me dio y sacarlo de mi vida para siempre.

—Te perdono, papá. Por haber sido un padre de mierda —mis palabras volaron en el aire, cargadas de una reconfortante liberación. —Y hoy, te devuelvo tu apellido, tan manchado de sangre.
Desde ahora, soy solo Arabella.

Mi padre se quedó perplejo, sin saber cómo reaccionar.

Esta faceta mía era desconocida para él. Siempre había reaccionado a los gritos y a los golpes, pero hoy, sentía que eso ya no era necesario.

—¿Te estás burlando? —preguntó, desconcertado por mi repentina actitud.

—Para nada —respondí con calma, manteniendo la mirada firme.

ARABELLA II: Puños de sangreWhere stories live. Discover now