Tortura

186 29 2
                                    

¿En quién pensarías si tu cuerpo fuera llevado al límite?

¿Quién vendría a tu mente para aferrarse a ella si sintieras el insoportable dolor recorriendo tus huesos?

Extrañamente, en ese instante de agonía, mientras las lágrimas se confundían con el agua que inundaba mis fosas nasales y la sensación de asfixia ahogaba mi garganta, la única persona que emergió en mi conciencia era yo misma. Pero no la versión actual, sino una imagen mucho más joven y vulnerable de mí.

Cada vez que mi cabeza era sumergida en el frío contenedor de agua y la presión aplastaba mi pecho, los recuerdos de mi infancia perdida resurgían con fuerza. 

Veía a esa niña de cabellos rubios correteando por el jardín, descalza y risueña, recogiendo flores amarillas con inocencia. La veía abrazando a su hermano con un amor puro.
La veía feliz, con una sonrisa que iluminaba su rostro.

Esa niña parecía ser lo único que me aferraba a seguir aguantando, y no pedirle a Alex que detuviera todo para que pudiera descansar.

Esa niña se materializaba demasiado real en mi mente, recordándome que seguía en una parte de mi interior y que debía ser yo quien la sacara de esa situación.

Y la única manera de salvarla era resistir todo lo que pudiera.

Aferré mis uñas a mis manos tratando de enfocar el dolor en otro lado, y cuando sentía que me desvanecía, me sacaron nuevamente. Tomé una gran bocanada de aire sintiendo el dolor de recibir tanto como podía entrando a mis pulmones.

Y me dejé caer al suelo mientras Alex me observaba con una mirada de tristeza reflejada bajo la cicatriz de su ceja, pero aún así, mantuvo la postura de una secuestradora despiadada.

Mi madre estaba en la silla, con sus lágrimas desgarradoras siendo silenciadas por la venda que cubría su boca. Y desde su posición, presenciaba impotente cómo me desplomaba por tercera vez frente a ella.
A pesar del sufrimiento, su rostro seguía siendo un reflejo de la imagen que siempre había conocido: el moño dorado en su nuca y los ojos verdes que Caín y yo nunca habíamos heredado. 

No, nosotros teníamos la mirada fría de nuestro padre.

—¿Ya tienes ganas de hablar, Dolovan?— expresó, agarrándome fuerte del cabello y tirando con fuerza hacia atrás.

No podía ni musitar una palabra en las condiciones torpes en que se encontraba mi respiración. Después de varios jadeos más, por fin logré pronunciar un entrecortado:

—N..o sé de qué me estás hablando.

Alex me miró mal y luego a mi madre.

—Sabemos que tienen un lugar donde guardan mucho dinero. Queremos que nos lo den, y no les pasará nada.

Se acercó más a mí y me gritó con dureza, haciendo que por momentos olvidara que todo esto era falso.

—¡Dime dónde carajo es ese lugar o te juro que te cortaré dedo por dedo hasta que hables!

Mi madre rompió en llanto y comenzó a gritarle a Alex, quien se acercó hasta la silla donde la tenían y le preguntó si finalmente tenía ganas de hablar.

Para mi mala suerte, lo que escuchamos cuando le quitaron la venda enfureció a Alex.

—¡Te juro que no sabemos nada de lo que dices, por favor déjanos ir!

Alex se acercó a ella, y el agarre brutal en su cabello la arrastró hacia donde yo me hallaba en el suelo, rendida y exhausta.

—Bien, entonces veamos si el agua la hace hablar a usted, señora Dolovan.

ARABELLA II: Puños de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora