Menta

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No fue hasta después de pasar la primera noche en ese lugar que empecé a procesar todo.

Lucas estaba en el piso debajo del mío, y habíamos pactado charlar al día siguiente, cuando estuviéramos frescos, sobre todo lo que habíamos averiguado hasta el momento. Pero, sinceramente, creo que aún no sabíamos ni la mitad de todo.

Pues parecía ser que todo lo que creía saber nunca era suficiente.

Vivía en una constante mentira desde prácticamente toda mi vida.

¿Estaba destinada a salirse de mi control eternamente?

No había podido elegir la persona con la cual pasaría el resto de mi vida, y ahora resultaba que ¿tampoco tendría derecho a elegir sobre la supervivencia de mi propio mundo?

Necesitaba descansar. Necesitaba recuperar todas las energías que tenía para poder seguir adelante en este caótico viaje que era mi vida.





A la mañana siguiente, el desayuno que nos sirvieron me resultó imposible de tragar. Un emparedado de pollo que evocaba el recuerdo del sabor a podrido que había experimentado días atrás, llevándome directo a la enfermería. Así que con un gesto de disgusto, decidí devolver el emparedado intacto a la cocina y me dirigí a buscar a Lucas.

Bajé por las escaleras polvorientas hasta llegar al dormitorio común de ese piso. El lugar estaba vacío, salvo por la cama del final. Así que me acerqué con cautela, dejándome guiar por la tenue luz que entraba por la puerta entreabierta. Y al llegar junto a él, reconocí los alborotados cabellos azabache cayéndole por la frente.

Lucas estaba profundamente dormido, con los ojos cerrados y una expresión tranquila en el rostro. 

Me coloqué en cuclillas frente a él y le di una sacudida fuerte, que ocasionó que el pelinegro frente a mi se despertara con una expresión de horror y un grito ahogado.

—¡Que mierda!— exclamó, incorporándose y mirando a su alrededor confundido.

—Hola —dije, sonriendo para tranquilizarlo.

Una vez que comprendió la situación, me regreso la sonrisa y se abalanzó sobre mí en un abrazo.

—Mira quién está aquí, te ves más vieja —bromeó, sin soltar su agarre.

Era reconfortante tener a Lucas de vuelta, con su característico sentido del humor, aunque su mirada reflejaba el cansancio y el desgaste del tiempo que habíamos pasado en ese faro.
Noté que ya no llevaba consigo el aro en el labio, imaginando que debieron retirárselo durante el encierro.

—Pensé que nunca saldríamos de ahí —comenté, apartándome y despeinándolo con mi mano

—¿Estás bien, Arabella?

—No mejor que tú —respondí, con una sonrisa irónica.

Ambos estábamos agotados, cansados de todo. Y parecía que no tendríamos tiempo de recuperarnos antes de enfrentar la próxima batalla.

—¿Ya sabes todo lo que pasa ahí afuera, verdad? —pregunté, recordando la conversación que Alex había mencionado haber tenido con él.

Lucas asintió con seriedad, confirmando con su silencio.
No era necesario hablar más del tema.

—¿Y qué pasa con tu hermano?

—Está ayudando en el laboratorio. No es que sepa mucho, pero antes de que lo enviaran a la isla, estudiaba ingeniería robótica. Así que pensaron que podría ser útil aquí dentro.

"Interesante, esa debe ser la razón por la que lo sacaron de la isla, por su conocimiento".

—¿Por qué crees que no cuentan la verdad de todo esto, en lugar de reclutar ex prisioneros de la isla? —pregunté, curiosa por su opinión.

ARABELLA II: Puños de sangreNơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ