Vinilos

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—Besé a tu novia—exclamó Alex, interrumpiendo el silencio con una energía que casi me hizo escupir el agua que estaba bebiendo. Su tono tenía ese matiz juguetón y desafiante que siempre le caracterizaba.

Olivia lo miró con la mandíbula apretada, pero después de recorrerla con sus ojos verdes, relajó su expresión, mostrando la misma seguridad que la primera vez que entró en mi habitación y examinó cada tatuaje en mi piel. Como si estuviera evaluando a un rival en un juego del que ella conocía todas las reglas.

Era la única capaz de intimidarme con una simple mirada, al punto de hacerme sentir tan incómoda como seguramente se sentía Alex en ese momento.

—Oh, bueno, yo me la folle en la colonia y nuevamente anoche. Así que supongo que gane —añadió con una sonrisa llena de arrogancia, que casi me hizo estallar en risas.

Alex solo levantó una ceja, mirándome de reojo como diciendo "supongo que no puedo competir con eso", y siguió comiendo su emparedado con una actitud despreocupada, como si estuviéramos en el patio de la escuela y acabara de perder un juego de bromas. Y no en la situación en la que nos encontrábamos.

Con ella a la cabeza de un ejército en busca de una salvación para el mundo.

Terminando la cena, esa segunda noche me encontré incapaz de conciliar el sueño. Aunque había una sensación de paz en el lugar, parecía fugaz, como si aún no hubiera llegado el momento adecuado para que se asentara por completo. O quizás era solo mi paranoia la que lo creía así.

Decidí dejar la habitación y me aventuré por el pasillo en busca de algo que pudiera calmar mi mente. La luz de la luna se filtraba suavemente a través de la ventana, ofreciendo una tenue iluminación al árido paisaje nocturno que se extendía más allá del desierto. Me acerqué a al ventanal, sintiendo la frescura nocturna y observando las sombras que danzaban bajo el resplandor de la luna. 

El silencio era reconfortante, aunque el eco de mis pasos en el polvoriento edificio parecía delatar mi ubicación en todo momento.

Escuché otros pasos subiendo por la escalera desde abajo. Y decidí observar con atención hasta que la persona finalmente emergiera en el piso en el que me encontraba. Para mi sorpresa, cuando subió el último escalón, vi la silueta de un joven que había visto antes en los expedientes del despacho de la directora en el faro. Sin embargo, aquí mostraba un evidente deterioro en su aspecto, con bolsas más profundas bajo los ojos y la piel de su rostro marcada por cicatrices.

Se detuvo al verme de pie frente a la ventana, pero al inspeccionar mi figura, se relajó enseguida.

—¿Arabella?— preguntó, llevándose la mano a la cabeza, lo que me dejó confundida.  —Lucas me habló de ti, y eres la única rubia con tantos tatuajes en los brazos que he visto hasta ahora— continuó. Volteé para observar mis brazos descubiertos y asentí, volviendo la mirada a la ventana.

—Tienes los mismos ojos que tu hermano— conteste mientras se posicionaba a mi lado.

—Y los de todos en China —respondió con una sonrisa leve.

Nos quedamos en silencio unos segundos, seguidos de una sutil risa compartida.

—También tienes su humor— comencé a decir, pero mi tono cambió automáticamente, tornándose más decaído. —O al menos el humor que tenía.

—Esta mierda nos ha cambiado a todos—, reconoció girando su cuerpo hacia mi mientras se recargaba en la ventana. Y observé la enorme bata blanca sobre su atuendo negro.

—Yo sigo siendo la misma que cuando entré a la isla, solo que ahora parece que hay gente que justifica mi lado oscuro porque hay algo peor pasando afuera —admití con un tono de resignación.

ARABELLA II: Puños de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora