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La bofetada que acababa de recibir solo la regresó a una triste realidad, miraba a su madre con dolor y sorpresa

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La bofetada que acababa de recibir solo la regresó a una triste realidad, miraba a su madre con dolor y sorpresa. Estaba tan cansada de todo que todavía se preguntaba porqué aguantaba tanto, porque no tomaba sus cosas y se iba con el hombre que ahora sabía que también la amaba.

Y entonces el rostro de su abuelo venía a su mente, no podía dejarlo solo en esa hacienda que cada vez se veía más vacía con cada día que pasaba. Los empleados estaban siendo despedidos uno por uno solo por gusto de Fernando y su madre parecía estar cegada por él, por su Fernandito.

Odiaba tanto a ese hombre. Jamás creyó que algún día sentiría algo así por alguien, nunca creyó que llegaría a odiar a una persona pues aunque se veía como alguien fría su corazón era noble, muy inocente y sensible. Quizás por esa misma razón siempre fue el punto débil de su familia, ya que cuando ella se mostraba débil era porque de verdad las cosas estaban muy mal, Sara era resistente pero era una humana, un ser con sentimientos como cualquier otra persona.

— ¡Estoy cansada de tu actitud Sara!- gritó molesta, su mirada mostraba tanto fuego que Sara juró que en algún punto vio reflejado el odio en esa mirada furiosa-. Estoy harta de tus escapadas, estoy harta de ti y tus hermanas.

Sara cerró los ojos dejando así que dos lágrimas rodaran por sus mejillas, si había algo que realmente detestaba era sentirse débil pero su madre sabía cómo lastimar profundamente, como tenerla en sus garras hiriéndola.

— Si tan harta estás de mi porqué no me dejas ir mamá- susurró con un hilo de voz al sentir su garganta seca por el nudo se le formó al querer retener sus sollozos-. Si tan cansada estás de mi... ¡¿Por qué no me echas de tu casa y se la das a tu perfecto Fernandito?!

Otra cachetada chocó contra su rostro está vez tirándola al suelo haciéndola temblar. Se levantó rápido y miró a su madre con enojo, estaba hasta la coronilla de ser humillada y pisoteada por esa mujer. Esa mujer que jamás se conformaba con nada, no importaba cuan perfecta intentará ser, no importaban todos los sacrificios hechos, las lágrimas, sudor, sangre... No importaba nada porque nada le bastaba.

— ¡Cállate!- se acercó a su hija queriendo volver a estampar su mano en su -ya- roja mejilla, estaba al borde de la histeria. Sara podía llevarla al borde del precipicio con mucha facilidad.

— ¡No!- contraatacó Sarita sintiéndose envalentonada por la adrenalina que ahora recorría sus venas, estaba harta de callar y lo sucedido días atrás en esa cabaña solo le daba más y más esperanzas.

Todos esos días lejos de Franco habían sido una tortura, pero Fernando se había tomado la tarea de estar siempre rondándola, no la dejaba en paz y la seguía a todos lados haciendo que se sintiera ahogada. Varias veces intento escaparse pero de alguna forma u otra él lograba alcanzarla imprimiendo que se fuera.

Además... Para su desgracia al parecer Fernando ya se estaba tomando atribuciones que no le correspondían, la tocaba más de lo permitido, a veces la acorralaba en algún lugar y hasta había intentado besarla varias veces pero siempre salía salvada porque algún trabajador la llamaba o su propia madre sin darse cuenta -según Sarita- aparecía impidiéndolo.

Además... Había algo en Fernando que la hacía querer alejarse, quizás eran sus extraños comportamientos hacia ella o tal vez esa mirada... Esa que era tan oscura como un pasillo largo y en penumbras en una casa de terror, una que lograba causarle escalofríos. Fernando tenía algo extraño, intentaba recordar como era él con Norma pero... Él aún casado con su hermana siempre estuvo cerca de ella, demasiado cerca. Siempre siguiéndola, acechando como un lobo a un indefenso conejito.

— Así como tú estás harta yo también lo estoy madre, estoy cansada de tus órdenes, de tus reglas absurdas- su voz temblaba por el enojo que sentía, quería gritar, golpear cosas y romper otras, estaba en su límite- No... Yo- se calló unos segundos pensando bien en lo que diría pero debía hacerlo, debía tomar la valentía que sentía ahora mismo y usarla para algo productivo-. ¡Yo no me casaré con ese hombre!

  No lo vio venir... Otro golpe llegó haciéndola una vez más caer pero está vez al hacerlo un dolor punzante atravesó su cabeza haciéndola sentir mareada. Poco a poco su perfecta visión empezó a nublarse y a lo lejos escuchaba el llamado desesperado de esa mujer que por tanto tiempo llamó madre.

¿Estaba muriendo?

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.

Fernando cargaba el pequeño cuerpo de Sara apretando la mandíbula, intentando controlarse para no saltar sobre esa mujer y lastimarla como ella lo había hecho con su prometida.

Al entrar al despacho luego de escuchar los gritos desesperados de Gabriela vio a su hermosa Sarita tendida sobre el suelo con una herida en la frente y una Gabriela desesperada por querer despertar a su hija sobre ella. Fernando no midió su fuerza al alejarla de la inconsciente Sara, estaba asustado y sumamente enojado, la cargó con cuidado tratando de no agitarla demasiado y caminó con ella en sus brazos hasta la habitación de Sarita dejándola con suavidad sobre su cama, Dominga corrió a llamar al doctor y él se sentó a su lado tomando la mano de ella.

Se veía tan frágil, tan pequeña... Cerró los ojos enojado, no solo con Gabriela sino que también consigo mismo porque verla así inconsciente, acostada en esa cama logró despertar algo en su interior, quería lanzarse sobre ella y por fin hacerle todo lo que deseaba pero no podía, no con todas esas personas cerca.

Pero en algún momento Sara dejaría de tener buena suerte y ese día le haría pagar cada lágrima, cada rabia y molestia... La haría sufrir, suplicar por piedad y la marcaría de por vida como suya, porque Sara sería de él cueste lo que le cueste.

 La haría sufrir, suplicar por piedad y la marcaría de por vida como suya, porque Sara sería de él cueste lo que le cueste

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𝐌𝐚𝐧𝐝𝐚 𝐮𝐧𝐚 𝐬𝐞𝐧̃𝐚𝐥. [𝐒𝐚𝐅𝐫𝐚𝐧]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora