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Sara podía sentir el viento golpeando su rostro, la adrenalina corría por sus venas pero no detuvo su andar

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Sara podía sentir el viento golpeando su rostro, la adrenalina corría por sus venas pero no detuvo su andar. Si bien estaba un poco mareada por su golpe reciente no se rindió, jamás lo haría. La gran mano de Franco tomaba con fuerza la pequeña de Sara buscando darle un poco más de estabilidad, con sus respiraciones agitadas se subieron a ese auto que estaba parqueado a las afueras de la hacienda Elizondo para no despertar sospechas.

Sara dejó su pequeña maleta en los asientos traseros y se puso su cinturón con las manos temblorosas, sentía el sudor frío recorrer su espalda pero sabía que estaba haciendo lo correcto, su abuelo y Franco tenían razón, quedarse más tiempo en esa hacienda sería como firmar una sentencia de muerte y ella no estaba dispuesta a eso, quería vivir y ser libre junto al hombre que ama.

Franco se había arriesgado al ir por ella, esperó por horas hasta que vio la última luz apagarse en esa hacienda y trepó hasta llegar a la ventana abierta de la habitación de su hermosa Sarita, no pudo evitar besarla, la había extrañado con toda su alma y el que hubiera decidido irse con él llenaba su alma de alegría, amor y esperanza, por fin estaba completo.

Tenía a Sarita y si Dios se lo permitía pronto sería su esposa. Lo desean con todas sus fuerzas, que la mujer que amaba llevará su apellido, que fuera suya y de nadie más así como él era de ella. Franco le pertenecía a Sara desde hace mucho tiempo, quizás desde la primera vez que la vio pero fue un ciego que no vio lo que tenía enfrente hasta que casi lo pierde.

La sola idea de pensar en Sara junto a otro hombre lo hacía temblar de enojo y celos, no podía ni quería imaginarla con alguien más porque esa mujer era suya, solo suya y de nadie más.

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Llegaron a una hermosa cabaña que en secreto él compró, no quería levantar sospechas cuando todos se dieran cuenta de la ausencia de Sara, y aunque ésta le había dejado una carta a su abuelo explicándole todo temían un poco por la furia de Gabriela al ver que su único ratoncillo de indias fue arrebatado de sus horribles garras.

El rubio estuvo a nada de salir de la habitación de Sara para ir a encarar a esa mala madre, pero... ¿De qué serviría? Todo apuntaba a qué a esa mujer solo le importaba una persona: Fernando Escandón.

Ese maldito que parecía casi obsesionado con su hermosa Sarita, Franco no quería parecer posesivo pero esa mujer lograba sacar de él partes que jamás en su vida hubiera pensado que tenía.

Los dos cambiaron tomados de la mano y en completo silencio, uno bastante cómodo y lleno de complicidad. Entraron al lugar y Sara quedó encantada con el, era sin dudas muy hermoso y rústico, Franco había puesto todo su esfuerzo en dejar ese lugar limpio y listo para una hermosa velada, y mientras veía como su amada se perdía entre los pasillos para ir a darse un baño no pudo evitar pensar en lo triste que hubiera sido tener que volver solo a ese lugar.

𝐌𝐚𝐧𝐝𝐚 𝐮𝐧𝐚 𝐬𝐞𝐧̃𝐚𝐥. [𝐒𝐚𝐅𝐫𝐚𝐧]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora