Tras una pausa, Chiara se aproximó al micrófono y pronunció: -Este es un mensaje para el chico que me besó en la fiesta del sábado... No sé quién seas, pero te voy a encontrar.
Estaba aislada en el estudio, una habitación a prueba de sonido, sin emb...
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Historia.
Los acontecimientos vividos con el tiempo, acumulados, experimentados, que forman la personalidad y que dejan recuerdos agradables sobre proyectos de radio o recuerdos fastidiosos sobre hombres inmaduros.
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No era fácil señalar el momento en que Andrew Star pasó a portar la etiqueta de «rival» en la mente de Chiara.
Había sucedido como las cosas suelen suceder —valga la redundancia—, de un modo paulatino y brusco. Un oxímoron si se lo explicaba de forma breve. Una explicación un poco más elaborada sería que el cambio sucedió de un modo tan lento, que la realidad se acomodó sin que Chiara se percatara de ello durante el tiempo en que ocurrió, hasta que el cambio resultó notorio y su cerebro lo percibió como una modificación brusca y repentina.
La explicación más detallada era la siguiente:
Tres años antes, cuando la directora de la carrera asomó por la puerta para anunciarle a los alumnos de primer año de Periodismo y Comunicación que existía un espacio de radio en la universidad para aquello interesados, Chiara fue la primera en averiguar sobre el tema y en mover cielo y tierra para obtener el permiso para emitir su propio canal enfocado en romance y chismes.
El problema inicial fue que no contaba con ayuda para mantener su propio programa.
Permanecer una hora extra en la universidad no tentaba a sus compañeros, así que no tuvo competencia ni tampoco tuvo apoyo, hasta que una malhumorada estudiante de Diseño Gráfico llamada Keiko la interceptó en el pasillo y a regañadientes le pidió formar parte del proyecto.
—Mira, la verdad es que repetí séptimo año dos veces y me tomé un sabático ni bien terminé el colegio. Estoy más atrasada que la mayoría, así que no puedo volver a cometer esos errores. Quiero hacer las cosas bien en la universidad. Se supone que esto da buenos créditos y todo eso, ¿no? —informó con los brazos cruzados sobre su chaqueta negra.
Con su cabello teñido, sus ojos delineados y su ropa oscura, a Chiara le dio la impresión de que se trataba de una punk u alguna de esas tribus urbanas, pero no dejaba de ser una persona dispuesta a ayudar con la radio. No iba a ponerse quisquillosa con tonterías.
Consiguió espacio para los lunes, al terminar su horario de clases que coincidía con el de Keiko, y tuvo dos programas al aire cuando el muchacho que ocupaba el asiento frente al suyo se volteó para decirle:
—Tu programa de radio es muy limitado.
Chiara levantó la vista del papel donde hasta ese momento escribía la falsa noticia que el profesor de Teorías de la comunicación les había pedido como ejercicio. Se topó con unos ojos marrones claros como la miel que portaban una cualidad perspicaz. Lo primero que pensó al verlos fue que su dueño debía ser muy despabilado pero pícaro, pues eran la imagen que ofrecían. El dueño de esos ojos poseía facciones juveniles a partir de las cuales Chiara estimó que tendría entre dieciocho y diecinueve años, al igual que ella. Era un rostro de mandíbula fuerte que le otorgaba una geometría más bien rectangular, con una boca fina y cejas rectas, coronado con un cabello cobrizo de mechones que ondulaban en las puntas.
