Capítulo 9

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[CRUCE DE MIRADAS]

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[CRUCE DE MIRADAS]

"No la mires demasiado. Esos mundos cerrados y a la vez prohibidos, suelen tener un raro poder de atracción"

-Mario Benedetti.


-Jaiden, deja de jugar con ese balón y ayuda a tu hermana con las cajas,por favor.

-Voy -respondió Jaiden, dejando su balón de fútbol a un lado, tomando dos cajas con firmeza y subiendo al departamento con paso decidido.

Dejamos las últimas cajas en el suelo del departamento, sintiéndonos exhaustos pero satisfechos. Este cambio marca un paso significativo hacia mi independencia; sin embargo, está claro que no dejaré de visitarlos. Después de todo, ellos son lo más importante en mi vida.

-Es hora de comer. Jaiden, ¿quieres acompañarme a comprar pollo frito? -propone papá, y mi hermano asiente con entusiasmo. Se marchan juntos, mientras nosotras continuamos organizando el espacio.

-Esta caja dice 'personal', ¿la dejo en tu recámara? -interroga ella, sosteniendo una caja marcada con letras mayúsculas. Al darme cuenta de cuál es, un escalofrío me recorre.

-¡No! -exclamo, sobresaltada, y le arrebato la caja de las manos con rapidez-. Disculpa, lo que quiero decir es que... yo puedo encargarme de ella. No quiero que te sobrecargues. Yo la llevaré.

A mi madre le pareció extraña mi reacción, pero se limitó a expresar su opinión con un gesto y prefirió asentir. Me dirijo a una habitación de mi nuevo departamento, entro y cierro la puerta con delicadeza. Aquí es donde estoy organizando la investigación sobre los Rinaldi. Coloco la caja cuidadosamente en la mesa, al lado del tablero que está casi lleno con datos de mi familia biológica. Mario, quien nos ayuda a investigar varios casos, es el amigo que me ha estado apoyando, y estoy inmensamente agradecida por todo lo que estamos descubriendo.

Graciela contrajo matrimonio a los veinticinco años y no tardó en ser infiel con un mecánico; al parecer, se enamoró perdidamente de él, hasta el punto de planear una fuga juntos, pero nunca llegó al lugar acordado. Ahora vive sumida en la infelicidad al lado de un hombre al que sabe que nunca logrará amar. Por su parte, Adela se casó con un anciano de sesenta años y, tras tres años de matrimonio, enviudó, heredando su considerable fortuna. En cuanto a Guido y Eleonora, mi información es escasa; es arduo obtener pruebas de los negocios ilícitos de Eleonora, y su hijo es aún más esquivo. Sé que es el ejecutor de los designios de su madre, pero actúa con tal perfección que no deja rastro alguno. Solo se le conoce un romance pasajero, y después, solo se le ha visto en compañía de prostitutas.

Observo una caja que contiene lo único que pude rescatar de mi familia biológica; se trata de una daga con tonos plateados y verde lima, una pieza especial que mi padre encargó para mi madre, con su nombre grabado en elegantes letras cursivas. Junto a ella, hay cinco fotografías. Una en la que aparecemos los cuatro, otra de mis padres en Roma, una en un parque donde mi padre me lleva a hombros cuando apenas tenía cinco años, y una última donde mi abuelo está sentado en el centro, rodeado por sus cuatro hijos. Tomo la última foto y, con la daga, señalo a esas mujeres. Sé que desentrañar esta venganza llevará tiempo. Sin embargo, hay días, como hoy, en que anhelo su presencia. La imagino con un único propósito en mente.

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