Capítulo XI

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Cinco minutos después, tras llegar a la enfermería, Ben y Jacob se detuvieron frente a la puerta cerrada.

Incluso a través de ella, los gritos de la enfermera se escuchaban con claridad: la voz aguda y enfurecida de la mujer resonaba por el pasillo, cortando el aire con una intensidad que hizo eco en las paredes

—¡No puedo creer que aún no resuelvan esto! —alegaba, mientras su tono subía de nivel con cada palabra—. ¡Llevo semanas esperando una respuesta!

Ben y Jacob intercambiaron una mirada interrogante. Era obvio que la enfermera estaba en medio de una acalorada discusión con alguien, y dado que no recibía una respuesta como tal, asumieron que debía ser por teléfono.


—Tal vez deberíamos esperar a que termine…

Sin embargo, Jacob no pensaba del mismo modo y se apresuró entrar sin anunciarse. La enfermería estaba llena de estantes, y el aroma a desinfectante impregnaba el aire. La enfermera, una mujer de mediana edad con unas gafas colgando del cuello, levantó la vista sorprendida en su dirección. Aun así, no apartó el celular de su oreja.

—Espera un segundo —colocándose el aparato sobre el pecho de modo que cubrió la bocina, los miró a ambos con las cejas alzadas—. ¿Qué pasa?

Ben intentó explicarse, a pesar de ello, Jacob tomó la iniciativa.

—Verá, mi amigo es un poco torpe, así que se cayó y se raspó las rodillas. Necesita que le limpien las heridas —El tono en que lo dijo hizo que Ben frunciera el ceño.

—¿Creen que puedan encargarse ustedes solos? —La pregunta fue dirigida específicamente a Jacob.

—Por supuesto.

—Entonces volveré en un rato —señaló a uno de los estantes más cercanos, aliviada de poder salir—. Ahí encontrarán todo lo necesario, ¿de acuerdo?

Mortificada, la enfermera se apresuró a irse, dejándolos a solas. El silencio llenó el lugar por un instante, apenas roto por el lejano sonido de la lluvia que todavía caía afuera.

Sin perder tiempo, Jacob se dirigió al estante que se les indicó y reunió los suministros necesarios: jabón, unas gasas, una toalla pequeña y dos curitas. Después se subió las mangas de la chaqueta, se lavó las manos a conciencia y, acto seguido, le lanzó a Ben una sábana.

—Quítate los pantalones —ordenó sin rodeos.

—¿Disculpa? —replicó Ben, con los ojos muy abiertos.

—Si no quieres que eso se infecte, necesitas quitártelos —Entonces señaló la sábana que Ben apretaba contra su pecho—. Cúbrete con eso.

Ben vaciló, y un extraño calor le subió desde la garganta hasta las mejillas. Aun si la lógica detrás de aquello era algo que comprendía, no pudo evitar que en su mente resonaran una y otra vez los rumores de que Jacob era gay.

Y que le pidiera quitarse la ropa tampoco ayudaba en absoluto. A juicio de Ben, que Jacob fuera homosexual no constituía el problema principal.


En realidad, desde que lo ayudó con aquellos maleantes el día anterior, su supuesto conocimiento sobre la orientación sexual de Jacob se matizó con un pequeño sentido de empatía. No obstante, eso no significaba que hubiese olvidado las enseñanzas de su iglesia y de su familia, causándole una gran confusión.

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Mi voz en tu silencio PGP2024Where stories live. Discover now